No hay que tener miedo de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte; de lo que hay que tener miedo es del propio miedo. Epicteto
Cuando se comenzó a construir el puente Golden Gate en San Francisco, Estados Unidos, no había medidas de seguridad para los trabajadores, y veintitrés hombres murieron durante la primera etapa de construcción. En la fase final del proyecto, se utilizó una inmensa red, que salvó de una muerte segura a los diez hombres que se cayeron mientras trabajaban. Por si eso fuera poco, todos los trabajadores avanzaron un 25 por ciento más rápido tras la instalación de la red, pues ya no tenían miedo a morir. Al saberse seguros, se sintieron libres y confiados en sus capacidades.
El miedo, consecuencia directa del pecado, paraliza, destruye la confianza propia y la confianza en Dios, y condiciona nuestra manera de actuar. Así le sucedió al mismo Adán, quien dijo a Dios tras haber comido del árbol prohibido: “Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí” (Gén. 3:10). Así nos sucede también a nosotras: hemos aprendido a vivir condicionadas por el miedo. Sin embargo, Dios quiere enseñamos un camino mejor, que arroja el temor de nuestra vida.
Dios nos dice: “No tengan miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena voluntad del Padre darles el reino” (Luc. 12:32, NVI). Y el propio Jesús nos repite: “No se angustien ni tengan miedo. Ya me oyeron decir que me voy y que vendré para estar otra vez con ustedes” (Juan 14:27, 28). Con la confianza que dan estas palabras, podemos recobrar la libertad perdida por causa del temor y actuar de nuevo conforme a la voluntad de Dios. Este es el mensaje divino: “Digan a los de corazón temeroso: ‘Sean fuertes, no tengan miedo. Su Dios vendrá, […] vendrá a salvarlos’ ” (Isa. 35:4, NVI).
El Señor nos ofrece una red para que caminemos seguros; esa red es su amor. “Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio. […] En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:16-18, RV95).
Por eso, mi querida amiga, cuando te asalten de nuevo tus temores, combátelos recordando el inmenso amor de Dios por ti.
“Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me Inspiran confianza” (Sal. 23:4).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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