“Vuestra perversidad ciertamente será reputada como barro de alfarero. ¿Acaso la obra dirá de su hacedor: ‘No me hizo’? ¿Dirá la vasija de aquel que la ha formado: ‘No entiende?” Isaías 29:16.
A mediados del siglo XIX dos historias contrapuestas fueron catapultadas hasta el escenario de la conciencia humana, dos historias destinadas a quedar enzarzadas en una lucha desesperada hasta el final del tiempo humano.
Ambas historias nacieron el año 1844: la primera surgió de un movimiento apocalíptico que prendió la mecha de un avivamiento espiritual que buscaba restaurar la Palabra de Dios; la otra, en julio de ese mismo año, cuando se terminaron de redactar 189 páginas de manuscrito (aunque el mundo no sabría de ese alumbramiento hasta que la historia se publicó en 1859). Ambas historias surgieron con una misión implícita ante toda nación, tribu, lengua y pueblo. Sabiendo lo que sabemos ahora, difícilmente puede ser mera coincidencia que las dos historias nacieran en el mismo momento de la historia y que compitieran por la misma lealtad global.
La primera historia clama desde los cielos: “¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra!” (Apoc. 14:7) en un llamamiento imperturbable a la tierra para acudir ahora al Creador. La segunda historia también clama desde el cielo, solo que es la antítesis misma de la primera historia, su contrario es: no hay ningún creador al que adorar, ningún juicio que tener en cuenta, ningún Dios al que obedecer, salvo el dios de tu propia confección. Me refiero, por supuesto, a la teoría de la evolución de Charles Darwin, que también ha llegado a los confines de la tierra.
Dos historias con dos comienzos muy opuestos y dos finales diametralmente opuestos. No se trata de una elección entre la religión y la ciencia, como algunos querrían que creyeses. Se trata, más bien, de la elección entre dos cosmovisiones, dos historias cósmicas, dos reinos contrapuestos. Y a la cabeza de uno de ellos se alza Jesucristo, que sigue declarando: “El sábado ha sido hecho para el hombre […]. Y dueño del sábado es el Hijo del hombre” (Mar. 2:27,28, NC).
Y por eso, al final, todo se reduce a la elección entre las dos. Porque nadie puede servir a dos reinos ni a dos señores. El apasionado llamamiento de las Escrituras es que escojas a Aquel que te eligió “en el principio”. Y, francamente, ¿cómo podría ser errada nuestra elección si elegimos a Aquel que eligió que vivamos para él, y con él para siempre?
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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