Si ustedes fueran del mundo, la gente del mundo los amaría, como ama a los suyos. Jesús
Cuenta el prestiqioso y original escritor norteamericano Rohert Fulghum que en una ocasión se quedó a cargo de ochenta niños de entre siete y diez años mientras los padres asistían a unas reuniones. Así que decidió ponerlos a jugar, y dio la siguiente instrucción: “Cada uno debe decidir si es un gigante, un enano o un mago. Y colocarse en el grupo correspondiente”. Entonces, alguien comenzó a tirarle de los pantalones; era un pequeña que, mirando hacia arriba, le preguntó muy preocupada: “¿Y dónde nos colocamos las sirenas?” Silencio. Más silencio.
“¿Que dónde se colocan las sirenas?”, preguntó Fulghum. “Sí. Es que… yo soy una sirena”, insistió la niña. “Las sirenas no existen”, afirmó Fulghum. “Claro que sí, yo soy una sirena”, repitió ella con firmeza. No quería abandonar el juego como una perdedora, pero tampoco ser encajada en una categoría con la que no se sentfa identificada. En un momento je brillantez, Fulghum añadió: “Las sirenas se colocan aquí, junto al rey del mar”. La tomó de la mano y la llevó a su lado el resto de la velada.*
¿Dónde encajamos los que somos diferentes? ¿Dónde encajas tú, mujer cristiana, con todo lo que eso significa en este mundo tan alejado de los valores del evangelio? ¿Con quién te identificas? ¿Con alguna de las categorías ya establecidas? Todas estamos en el juego de la sociedad, y las reglas que la marcan parecen exigimos que nos identifiquemos con algún grupo. No hacerlo puede llevar a la gente a creer que somos perdedoras, o carentes de interés, pero requiere firmeza enfrentarse a los estándares del mundo y decirle a la cara: “Yo soy cristiana, y no participaré de principios ajenos al evangelio. Yo me quedo con el Rey de reyes”. ¡Qué discurso tan antipopular! Y esa es precisamente la cuestión: que no somos del mundo, por eso es difícil que nos ame como suyos (Juan 15:19) y que nosotras lo amemos como nuestro.
Hemos de tener clara nuestra identidad y defenderla, aunque implique impopularidad, desaprobación, o no alcanzar el éxito según los parámetros de la mayoría. Otro éxito ha de ser el nuestro: permanecer firmes hasta el fin, para alcanzar la salvación.
“El que siga firme hasta el fin, se salvará” (Mat. 24.13).
Roben Fulghum, All I really need to know I Lamed in Kindergarten [Todo lo que realmente necesito saber lo aprendí en preescolar] (Nueva York: Ivy Books, 1986), pp. 81-83.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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