“Den gratuitamente lo que gratuitamente recibieron”. Mateo 10:8
Hubo una vez un hombre que debía tanto dinero que si tradujeses su deuda a monedas de un dólar y las apilaras una encima de otra, ¡habrían alcanzado una altura de 229 kilómetros! Y cuando el rey se enteró, no fue una escena muy agradable. Pero el desesperado siervo cayó a los pies del rey y suplicó paciencia. (Debería haber suplicado misericordia: su deuda de diez mil talentos era ¡1.250 veces todos los impuestos anuales combinados de la región de Palestina en los días de Jesús!). Según contó Jesús la historia, el rey, entonces, “movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda” (Mat. 18:27). ¡Te imaginas! El siervo debe al rey el equivalente de sesenta millones de días de salarios atrasados ¡y el rey lo perdona todo!
Ojalá que la historia acabase ahí, pero no lo hace. Porque, nada más salir del palacio, el siervo (silbando, sin duda) se topa con uno de sus consiervos, que daba la casualidad que le debía cien días de salarios atrasados. Y cuando este segundo siervo presenta la misma súplica de paciencia, no recibe ni paciencia ni misericordia. En vez de ello, el siervo perdonado arroja a este desventurado individuo a la cárcel por una irrisoria deuda de ¡1/600.000 de lo que él debía al rey! Y cuando el rey se entera de la lamentable historia en su integridad, ¡adivina quién se pone furioso! “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (vers. 32,33). Y con eso el rey arroja en prisión al siervo ahora no perdonado ¡hasta que salde los sesenta millones de días o se muera, lo que ocurra primero!
¿La frase clave de Jesús? “Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (vers. 35). Dos veces en Mateo Jesús usa este mismo lenguaje directísimo del quid pro quo. ¡Dónde está nuestro amante Dios en eso! Pero, piénsalo. ¿Cómo puede Dios perdonarme cuando le niego el área de mi vida que, por antonomasia, necesita perdón: mi espíritu implacable? Ruego “Condóname mi deuda” mientras durante todo el tiempo me aferró a ella. ¿Qué ha de hacer un Dios amante? De ahí la regla de oro divina sobre el perdón: Cualquier perdón que quieran de mi deben ofrecérselo a los demás; si no hay perdón para ellos, no hay perdón para ustedes.
¿La moraleja de la historia? Igual que has sido perdonado generosamente por Dios, perdona con generosidad a todos los demás.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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