lunes, 16 de mayo de 2016

EL SISTEMA DE CASTAS


“No haré ahora acepción de personas”. Job 32:21

Me encontraba rodeado de fieles en el imponente, florido y colorido templo hindú de Madurai, en la India. Intentando impregnarme de las vistas, los sonidos y los olores con los que estaba tan poco familiarizado, me dejé llevar por el río de humanidad. Pero cuando estábamos entrando al santuario interior, carteles en la pared y señales realizadas por los clérigos dejaron claro que yo no había de proseguir más allá. Solo continuaron los iniciados de la casta debida. Asombra, ¿verdad? Aunque no seamos hindúes, ¿vivimos también con un sistema tácito pero nada sutil de castas -juicios arbitrarios con los que (aun inconscientemente) clasificamos a las personas en pulcras (o no tan pulcras) casillas marcadas “superior” o “inferior”-?
La formación o su carencia pueden crear castas. Algunas personas confunden sus logros académicos con superioridad personal o intelectual (e insisten en que su titulación sea objeto de reconocimiento), olvidando al brillante Dios-hombre que nunca tuvo formación académica. La situación económica sucumbe rápidamente al pensamiento de casta. Sin embargo, dado el cautivador precedente de Dios haciéndose pobre hasta lo sumo por salvar a gente como tú y yo, ¿cómo podría la riqueza personal ser vez alguna un barómetro preciso del valor personal? La posición (en la iglesia o en la comunidad) puede atrofiarse en un valor de casta. Los dignatarios de la época de Jesús oraban con voces de vitral, pero la parábola de Jesús del fariseo y el publicano expuso penosamente la verdad de que estar situado y acomodado no significa que vuelvas a casa desde la iglesia habiendo sido declarado recto ante Dios. Las opiniones personales pueden llegar a ser candidatas a casta. Las congregaciones que, literalmente, se han dividido por diferencias de preferencia de culto (“Tú adora a Dios a tu manera, ¡y yo lo adoraré a la suya!”) revelan cuán destructivamente potente puede llegar a ser la preferencia personal. Y, ¿qué decir de nuestro sutil sistema de castas de diferencias teológicas? ¿Se supone que hemos de amar a las personas que difieran de nosotros teológicamente, o publicaremos y promoveremos nuestras críticas y nuestros juicios, enviándolos directamente por correo o, al menos, por correo electrónico, a cuantas direcciones podamos encontrar?
Seamos sinceros: el enemigo de la imparcialidad ha ideado un catálogo interminable de maneras y de muros para dividirnos diabólicamente. “Que se vayan a otro sitio; ¡no los necesitamos aquí!” Pero es que sí los necesitamos, exclaman tanto Santiago como Jesús. La ley regia, el undécimo mandamiento y el Calvario lo dejan perfectamente de manifiesto: Los brazos extendidos de Dios son para todos, y también nosotros hemos de serlo. Lo que hace de la oración de Eliú la acertada para los elegidos, ¿no crees?
“Señor, que no haga, te ruego, acepción de personas”. Amén.

Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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