La iglesia es la única sociedad que existe para aquellos que no son miembros de ella. William Temple
Solo podemos tener dos actitudes frente al mundo agonizante que nos rodea: la de Pilato o la de Jesús. Pilato, quien podía haber hecho algo a favor de un inocente injustamente acusado, endureció su corazón contra un clamor justo. A pesar de haberse dado cuenta de que “habían entregado [a Jesús] por envidia” (Mat. 27:18), “se lavó las manos delante de todos, diciendo: ‘Yo no soy responsable de la muerte de este hombre’ ” (Mat. 27:24). Si Pilato era o no responsable es discutible, pero lo que no es discutible es su actitud ante quienes piden ayuda: lavarse las manos, mostrar indiferencia, dar la espalda; para descubrir, pasado el tiempo, que la culpa no desaparece con el agua.
La otra actitud es la de Jesús: el compromiso total. Ensuciamos las manos. Mirar el dolor que nos rodea y mostrar que nos importa. Dar la cara a quien pide ayuda, amarlo con la convicción de que Dios nos ha llamado a hacerlo. Porque Dios “hizo cielo, tierra y mar, y todo lo que hay en ellos. El siempre mantiene su palabra. Hace justicia a los oprimidos y da de comer a los hambrientos. El Señor da libertad a los presos; el Señor devuelve la vista a los ciegos; el Señor levanta a los caídos; el Señor ama a los hombres honrados; el Señor protege a los extranjeros y sostiene a los huérfanos y a las viudas” (Sal. 146:6-9). La máxima prueba de ello es la vida y la muerte de Jesús.
Tú y yo somos guardianas de la creación, y “la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto” (Rom. 8:22). ¿Ignoraremos los quejidos que nos rodean para seguir practicando una religión cómoda, sintiéndonos protegidas tras las paredes de una iglesia? Jesús, el enviado del Cielo, tomó como propio nuestro dolor; nos mostró su amor alimentando al hambriento, haciéndose amigo del marginado, oponiéndose a la injusticia, sirviendo a los demás y cargando sobre sí mismo nuestros pecados; y cuando estaba a punto del volver al Padre nos dijo: “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21). Por tanto, “ve y haz tú lo mismo” (Luc. 10:37).
“Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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