“No han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios” (Rom. 8:15).
Tristán Jackson, de nueve años, no tuvo una infancia feliz. Pero tuvo la suerte de conocer a Donnie Davis y a su esposo. Este matrimonio lo invitó a vivir con ellos, puesto que Tristán no tenía quien lo cuidara. Tiempo después, decidieron adoptarlo. El problema era que no tenían dinero para los trámites de la adopción.
Tristán, que no está acostumbrado a rendirse, pensó: ¿Cómo puedo ayudar a los Davis para que me adopten”. Y se le ocurrió una idea: Voy a vender limonada y galletas en la calle; con eso haré algo de dinero. Lo primero que hizo fue poner avisos de su “negocio”, y pronto los “clientes” empezaron a llegar.
Creerás que eso de vender limonada es una idea bastante rara, pero es normal donde vive Tristán, un lugar llamado Springfield, en los Estados Unidos. Cuando la temperatura empieza a subir en el verano, muchos niños de Springfield venden limonada en la calle. Pero el mensaje que daba Tristán a los compradores era diferente y conmovedor. Decía así: “Gracias por ayudar a nuestra adopción”. La respuesta de la comunidad fue abrumadora: no solo pudieron conseguir los cinco mil dólares que costaba el proceso de adopción, sino ¡dieciséis mil dólares! Trabajando duro, Tristán demostró que amaba a los Davis.
La adopción es una manera muy hermosa de brindar a un niño un hogar, que no tiene. Tal vez, conoces a alguien que haya sido adoptado, o quizá tú mismo lo has sido. ¡Qué bueno es tener esa oportunidad en la vida, cuando tus papás biológicos no pueden criarte! ¿Sabes? Cuando un niño es adoptado, recibe el apellido de la familia que lo adopta y pasa a ser un miembro respetado de esa familia. Por eso, se espera que lleve con responsabilidad ese apellido.
Pues bien, tú y yo estábamos desamparados en este mundo de pecado, cuando Dios decidió adoptarnos como sus hijos amados. Nos entregó los mismos derechos que tiene su Hijo, Jesús; nos dio el apellido “cristiano” y nos llama “hijos”. Y tiene una herencia preparada para nosotros. La gran pregunta es: ¿Cómo estamos llevando el apellido que Dios nos dio? Espero que de una manera que lo honre.
Tomado de lecturas devocionales para Menores 2017
¡SALTA!
Por: Patricia Navarro
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