«Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces». Jeremías 33: 3
Aquel que con espíritu dócil y sincero estudia la Palabra de Dios para comprender sus verdades, se pondrá en contacto con su Autor y, a menos que sea por decisión propia, no tendrán límite sus posibilidades de desarrollo. En su vasta gama de estilos y temas, la Biblia tiene algo para interesar a todas las mentes y a todos los corazones. Sus páginas encierran historia antiquísima; biografías fieles a la realidad; principios de gobierno para administrar el estado y gobernar el hogar, principios que la sabiduría humana nunca ha conseguido igualar. Contiene la más profunda filosofía, la poesía más dulce y sublime, apasionada y emocionante. Los escritos de la Biblia, aún considerados de esta manera, son inconmensurablemente superiores en valor a las producciones de cualquier autor humano, y si los considerados con relación al gran tema central, son de alcance infinitamente más amplio, de valor infinitamente mayor. Desde este punto de vista, cada tema adquiere nuevo significado. En las verdades más sencillamente enunciadas se encierran principios tan elevados como el cielo, y que abarcan la eternidad […].
Con la Palabra de Dios en la mano, todo ser humano, cualquiera sea su suerte en la vida, puede gozar de la clase de comunión que escoja. Por medio de sus páginas puede relacionarse con lo mejor y lo más noble de la raza humana, y escuchar la voz del Eterno que habla con la humanidad. Al estudiar y meditar en los temas que los ángeles «anhelan mirar» (1 Ped. 1:12) puede gozar de su compañía. Puede seguir las pisadas del Maestro celestial y escuchar sus palabras como cuando él las enseñaba en la montaña, la llanura y el mar. Puede gozar en esta tierra de la atmósfera del cielo, e impartir a los afligidos y tentados de la tierra pensamientos de esperanza y de santidad; puede lograr que su comunión con el Invisible sea cada vez más íntima, como aquel que de antaño anduvo con Dios, acercándose cada vez más al umbral del mundo eterno, hasta que los portales se abran y pueda entrar. Entonces no se sentirá allí como un extraño. Lo saludarán las voces de los santos que, invisibles, eran sus compañeros en la tierra, voces que él aprendió a distinguir y amar aquí. El que por medio de la Palabra de Dios ha vivido en comunión con el cielo se sentirá como en su casa en el ambiente celestial.— La educación, cap. 13, pp. 112-114.
Tomado de lecturas devocionales para Adultos 2017
DE VUELTA AL HOGAR
Por: Elena G. de White
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