«Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras». Juan 14: 11
Mientras Cristo pronunciaba estas palabras, la gloria de Dios resplandecía en su rostro, y todos los presentes sintieron un sagrado temor al escuchar sus palabras con profunda atención. Sus corazones fueron atraídos hacia él; y mientras eran atraídos a Cristo con mayor amor, se acercaban también los unos hacia los otros.
Sentían que el cielo estaba muy cerca, y que las palabras que escuchaban eran un mensaje enviado a ellos por su Padre celestial.
«De cierto, de cierto os digo —continuó Cristo— el que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará» (Juan 14: 12). El Salvador anhelaba profundamente que sus discípulos comprendiesen con qué propósito su divinidad se había unido a la humanidad.
Vino al mundo para revelar la gloria de Dios, a fin de que el ser humano pudiese ser elevado por su poder restaurador. Dios se manifestó en él a fin de que pudiese manifestarse en ellos. Jesús no reveló cualidades ni ejerció facultades que los seres humanos no pudieran tener por la fe en él. Su perfecta humanidad es lo que todos sus seguidores pueden poseer si toman la decisión de vivir sometidos a Dios como él lo hizo.
«Y mayores que estas hará; porque yo voy al Padre» (vers. 12). Con esto no quiso decir Cristo que la obra de los discípulos sería de un carácter más elevado que la propia, sino que tendría mayor extensión. No se refirió meramente a la ejecución de milagros, sino a todo lo que sucedería bajo la obra del Espíritu Santo.
Después de la ascensión del Señor, los discípulos experimentaron el cumplimiento de su promesa. Las escenas de la crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo fueron para ellos una realidad viviente. Vieron que las profecías se habían cumplido literalmente.
Escudriñaron las Escrituras y aceptaron sus enseñanzas con una fe y seguridad que no conocían antes. Sabían que el divino Maestro era todo lo que había declarado ser. Y al contar ellos lo que habían experimentado y al enaltecer el amor de Dios, los corazones humanos se enternecían y multitudes creían en Jesús.
La promesa del Salvador a sus discípulos es válida para su iglesia hasta el fin del tiempo. No es el plan de Dios que su plan para redimir a la humanidad lograse resultados insignificantes. Todos los que quieran ir a trabajar, no confiando en lo que ellos mismos pueden hacer sino en lo que Dios puede hacer en ellos y por ellos, experimentarán ciertamente el cumplimiento de su promesa: «Mayores [obras] hará —él declara— porque yo voy al Padre» (Juan 14: 12).— El Deseado de todas las gentes, cap. 73, pp. 635-636.
Tomado de lecturas devocionales para Adultos 2017
DE VUELTA AL HOGAR
Por: Elena G. de White
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