«No hagas planes malvados contra tu prójimo; es tu prójimo y vive confiando en ti» (Proverbios 3:29).
Saulo de Tarso se había formado bajo una estricta disciplina hebrea. Para él, su religión era lo único que podía conducirlo a la salvación. No soportaba que alguien cuestionara o atacara sus creencias, pues ante el menor alegato reaccionaba como una fiera en contra de sus detractores. Fue así como su carácter comenzó a adoptar un marcado orgullo religioso.
Pero un día surgió un grupo de personas que pretendía predicar un mensaje diferente. Se trataba de hombres y mujeres que se hacían llamar seguidores de un tal Jesús, un hombre que había sido crucificado alrededor del año 31 d. C. Al igual que la mayoría de los fariseos y escribas, Saulo despreciaba a los cristianos y los consideraba una cuadrilla de ignorantes, fanáticos y herejes del judaísmo. No obstante, el desprecio de Saulo pronto se convirtió en odio. No toleraba observarlos en la sinagoga hablando a la gente del sacrificio de Jesucristo, ni soportaba verlos compartir sus posesiones materiales y mostrar un afecto fraternal contrastando con la egoísta sociedad. ¡Y mucho menos aceptaba que se atrevieran a predicar las grandes verdades del judaísmo a los extranjeros!
En su corazón pronto empezó a crecer un odio fanático hacia los cristianos. Así que un buen día decidió que no permitiría a estos «herejes» seguir menoscabando el judaísmo. Entonces, para complacencia de sus colegas, organizó un grupo paramilitar para perseguir y capturar cristianos. Así fue como se convirtió en todo un héroe para sacerdotes, fariseos y escribas; todo un ejemplo de la defensa de la fe hebrea y un paladín del judaísmo.
No se sabe exactamente durante cuánto tiempo persiguió cristianos. Lo cierto es que destruyó muchas vidas, separó a muchos padres de sus hijos y torturó a muchos otros. Se gozaba en ver cómo sufrían los creyentes y exhalaban su último aliento. El odio se reflejaba en sus ojos y no vacilaba en golpear y herir a quienes él creía miembros de una «secta». Ahora, en el nombre de Dios estaba acabando con personas cuyo único pecado consistía en tener una perspectiva religiosa distinta de la suya.
La intolerancia religiosa es una peligrosa actitud que puede devenir en odio y, a su vez, en persecuciones y ataques a quienes piensan distinto. Eso es inaceptable. El propio Dios respeta las decisiones erróneas de sus hijos, los cuales darán cuenta de sus actos en el juicio final. El Señor ama a los pecadores, pero desaprueba sus acciones equivocadas.
No hagas planes para dañar a tu prójimo, ni siquiera bajo el pretexto de defender tu fe. Esa actitud no tiene la bendición de Dios.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2020
UNA NUEVA VERSIÓN DE TI
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2020
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