“Ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria
edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).
Cecil era un
joven de capacidad intelectual brillantísima. Conocía varias lenguas a la
perfección y producía traducciones excelentes. Pero tenía serios problemas de
relaciones interpersonales. No sabía iniciar una conversación; y si otros la
iniciaban, él no sabía mantenerla; le resultaba difícil expresar aprecio y
gratitud; se quedaba sin palabras ni gestos cuando se cruzaba con un amigo y no
tenía noción de cuándo y cómo utilizar expresiones como “por favor”, “gracias”,
“es un gusto hablar con usted”, entre otras. Y cuando hablaba, acababa
expresando mensajes inadecuados y hasta hirientes. En suma, tenía una profunda
carencia de las habilidades sociales más básicas. A pesar de su privilegiada
inteligencia no era capaz de llevarse bien con las personas allegadas ni de
entablar una relación íntima.
Daniel Goleman es
quien relata el ejemplo de Cecil en su libro Inteligencia emocional para
ejemplificar el fuerte componente social que tiene la falta de inteligencia
emocional. Los psicólogos detectaron en Cecil un problema de autoestima y la
inseguridad de ser capaz de decir algo que interesara a los demás. Para
ayudarlo, tuvieron que enseñarle a emitir mensajes cálidos y acogedores y
evitar los dichos fríos y repelentes.
En las ciencias
de la conducta es bien sabido que la habilidad para iniciar y mantener relaciones
sociales es de más valor para el éxito profesional y personal que cualquier
otra destreza, incluida la intelectual. Pero su valor llega aún más lejos: el
desarrollo del carácter y de la conducta cristiana. En el capítulo 4 de Efesios
el apóstol Pablo explica lo que debe ser la nueva vida en Cristo. Prácticamente
todas las cualidades morales que describe se refieren al buen convivir. Se nos
insta a hablar verdad los unos a los otros (vers. 25), a no enojarnos (vers.
26), a no robar a los demás (vers. 28), a expresar palabras que edifiquen y den
gracia al oyente (vers. 29), a no desplegar ira, gritería, ni maledicencia
(vers. 31) y a ser misericordiosos y bondadosos los unos con los otros (vers.
32).
Nuestras palabras
y nuestra actitud producen resultados muy diferentes. Escoge hoy hablar
palabras que edifiquen a los demás, palabras que denoten bondad y misericordia
y que den gracia al oyente. Palabras que serán un bálsamo para los demás y
también una fuente de autoestima para ti. Palabras que, en última instancia,
Dios utilice para beneficio de todos y le den gloria a él.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020
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