Desde los
registros más remotos de la humanidad observamos la segregación de clases
sociales. Inalterablemente, unos acaban en posiciones privilegiadas mientras
que en el otro extremo quedan los más pobres y oprimidos. Los privilegiados,
además de riquezas y ventajas, pueden ser portadores de títulos honorables. La
más reciente herencia de esta práctica proviene de la época feudal europea
(siglos IX-XV) cuando los reyes otorgaban títulos nobiliarios a quienes
conseguían victorias en batallas o logros intelectuales o sociales. Ciertos
títulos son perpetuos y, a la muerte del receptor, pasan a sus herederos.
Algunos países han preservado este sistema hasta el día de hoy y cuentan con
duques, archiduques, marqueses, condes, vizcondes, barones, señores y
caballeros, todos ellos con sus documentos oficiales que legitiman su nobleza.
De esta forma, los portadores de tales credenciales tienen acceso a eventos
reservados a personas de su estirpe y gozan de honores e incluso rentas
asociadas a los títulos.
Este sistema en
nada encaja con el mensaje cristiano que nos recuerda que todos somos hijos de
Dios por la fe en Cristo Jesús (Gál. 3:26), que para Dios no hay acepción de
personas (Rom. 2:11), o que los primeros serán últimos y los últimos, primeros
(Mat. 20:16). A pesar de todo, y tal vez para infundir ánimo a los despreciados
cristianos de su tiempo, el apóstol Pedro toma algunos títulos excelsos que
confirman la condición de “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa y
pueblo adquirido por Dios” hacia todos los que hemos decidido anunciar las
bondades y virtudes de nuestro Padre celestial.
En el pasado
fueron populares algunos programas televisivos llamados “Reina por un día” o
expresiones equivalentes. Durante un día, la persona escogida, generalmente una
madre y ama de casa, recibía tratamientos de belleza, ropa distinguida y
múltiples agasajos con banquetes y palabras de elogio. Durante ese día no se
permitía que la agraciada hiciera trabajo alguno, pues eran otros quienes
debían trabajar para ella.
Por supuesto,
solo algunas mujeres lograban alcanzar el honor de ser “reinas” durante un día.
Pero el pasaje de hoy nos inviste del linaje y la dignidad, no por autoridad de
un hombre encumbrado, sino por el mismo Rey del universo. Y no por un día, sino
por toda la eternidad. Reflexiona hoy en el fabuloso linaje que posees por ser
hijo de Dios y por el privilegio que tienes de servirle.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020
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