-Cuida esta mochila con tu vida -dijo Karen con una gran sonrisa. Y agregó-: Hablo en serio. Llévala contigo al baño, y tenla contigo mientras duermes. Estos son todos los documentos que necesitamos para entrar a la República Dominicana; y volver a casa.
-Muy bien -respondí-. Ningún problema.
Estaba en el aeropuerto de Miami con treinta adolescentes listos para embarcarnos en el viaje misionero. Nuestro siguiente vuelo salía en una hora, así que me puse la mochila y me dirigí a la tienda de recuerdos. ¡Qué camisetas tan divertidas! pensé. Me voy a probar una.
Pronto observé la hora. Mejor me voy a la puerta de embarque, decidí. -Necesitamos los pasaportes de todos ahora -me dijo Karen apenas me vio.
-¡Oh, no! No puedo créelo. Yo... ¡dejé la mochila en la tienda de recuerdos! -Susurré atónita al darme cuenta.
Comencé a correr entre los pasajeros hasta llegar al negocio.
Vila mochila en el suelo, junto a las camisetas; la tomé y volví hasta donde estaba el grupo.
-Aquí -le dije a Karen mientras tragaba saliva-. Está aquí... pero no soy de confianza para cuidarla. Dale el trabajo a otro.
Karen sonrió.
-No, tenla tú. No volverás a perderla.
Suavemente, volvió a poner la mochila en mis manos.
Su disposición me sorprendió... y me desafió. ¡No volveré a decepcionarla!, decidí.
Afortunadamente, no lo hice. Cuando llegó la hora de salir de la República Dominicana, le di a cada uno su pasaporte y su boleto. Al mirar a cada adolescente, me di cuenta de que la mayoría había puesto argamasa y ladrillos por primera vez en su vida. Ellos, como yo, eran principiantes no calificados a quienes se les había confiado un trabajo importante, y habíamos recibido la gracia y la fuerza para lograrlo. Entendí que Dios puede usarnos a cada uno, aunque a veces hacemos desastres y perdemos la mochila. Lori
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