«Simón, Simón»... Cuánto cariño se percibe en estas palabras. Sabía el Maestro que Simón Pedro iba a hacerle una promesa que no iba a cumplir. «Iré contigo a la cárcel e incluso moriré contigo» (ver Luc. 22:33), le dijo su discípulo. «Jesús le contestó: “Pedro, te digo que hoy mismo, antes que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces”» (Luc. 22:34). Efectivamente, Pedro no estuvo a la altura de su compromiso. Pero las palabras «Satanás los ha pedido a ustedes para sacudirlos como si fueran trigo» no iban dirigidas solo a Pedro; el pronombre plural indica que se referían a todos los discípulos; a ti y a mí. Porque ¿quién está libre de no caer en el error de incumplir aquello a lo que se ha comprometido?
Romper una promesa es fácil. Lo difícil es el sinsabor del fracaso y la vergüenza posteriores. Cuando amas a Jesús, te duele haberle fallado; y es lo que le sucedió a Pedro. A diferencia de Judas, que traicionó al Maestro y no supo volver a él, Pedro nos demuestra que después de haber fracasado en algo tan fuerte como incumplir una promesa al Señor, se puede volver, arrepentido, a sus pies, y recibir un perdón que nos permita comenzar de cero. Sí, Pedro «salió de allí y lloró amargamente» (Luc. 22: 62), pero después de esa experiencia se convirtió en un héroe de la fe.
Tal vez has derramado lágrimas amargas por haberle fallado al Señor. Si es así, comprendes de que estoy hablando. Si no es tu caso, el pasaje de hoy te advierte de algo que no debes perder de vista: Satanás está al acecho, viendo cuáles son nuestras debilidades para intentar vencernos. No le des ese gusto. No permitas que te sacuda como si fueras trigo. Hunde tus raíces profundamente en la Palabra de Dios; conviértete en un árbol plantado a la orilla de un río, que aunque sople el viento o crezcan las aguas, no será removido.
Ayúdate a ti misma siendo prudente al hacer promesas, especialmente a Dios. «No te apresures, ni con los labios ni con el pensamiento, a hacer promesas a Dios, pues Dios está en el cielo y tú en la tierra. Por eso, habla lo menos que puedas, porque por mucho [...] hablar se dicen tonterías» (Ecle. 5:2-3).
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