Una antigua anécdota nos cuenta que un muchachito, mientras exploraba el entorno de su aldea, descubrió una formación rocosa y gritó hacia las rocas:
—¡Hola, hola!
De inmediato vino la respuesta:
—¡Hola, hola!
Sin saber que se trataba del eco, comenzó a proferir palabras desagradables con lo que escuchó respuestas exactamente igual de feas. De regreso a su casa, le contó a su madre que había un niño nuevo en la vecindad y que, por cierto, se trataba de un niño muy malo, pues decía palabrotas. Comprendiendo lo que había ocurrido, la mamá lo invitó a que regresara al lugar del encuentro y expresara palabras amables y cariñosas a ese nuevo niño para observar lo que pasaba. Pronto el pequeño comprobó que las palabras del extraño eran tan dulces como las suyas.
En ocasiones nos encontramos con reacciones ariscas o iracundas en alguna persona próxima o incluso distante. Como reacción, podemos pensar (o incluso decir) que tal sujeto debería tener un trato más amable y no ser tan grosero o hasta reaccionar de forma agresiva. Pero es mucho mejor poner en práctica lo que recomienda el texto de hoy: “La respuesta suave aplaca la ira”. La frase da a entender que ya existe una conducta iracunda en el contrario y que nuestra delicada respuesta calmará la furia.
La importancia de la expresión verbal con su tono y contenido no es poca y la Biblia se refiere a ella en diversas ocasiones. Por ejemplo, nos habla de que “la muerte y la vida están en poder de la lengua” (Prov. 18:21). El apóstol Santiago presenta la lengua como un órgano peligroso: miembro pequeño que se jacta de grandes cosas y que es capaz de incendiar un gran bosque (Sant. 3:5). También equipara la lengua a “un mundo de maldad” (vers. 6).
Pero el apóstol nos ofrece el remedio para dominar nuestras palabras. El mismo apóstol cierra el capítulo recomendando “la sabiduría que es de lo alto”. Una sabiduría que, según explica, es “pura, pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (vers. 17). Con esta sabiduría nuestros dichos no encenderán fuegos, sino que los apagarán y acabarán comunicando paz (vers. 18).
Las palabras constituyen un arma muy poderosa, capaz de hacer bien o mal. Recuerda hoy la ilustración del niñito que escuchaba el eco de sus propias palabras. Ojalá que tus palabras aplaquen la ira y produzcan paz en el corazón de quienes las escuchen.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.
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