Carmen es psicóloga clínica y lleva décadas ejerciendo su profesión. A lo largo de los años, ha tenido ocasión de escuchar infinidad de problemas humanos en todo detalle. Sin embargo, tiene muy claro que todo lo que escucha en la sesión es confidencial y no cuenta con la libertad de referir este contenido a nadie, ni siquiera a su esposo.
Cuando recibe a un nuevo paciente, el primer día pone sobre la mesa los detalles de su propio estilo, sus técnicas, sus metas generales, sus fortalezas y sus limitaciones. Un punto obligado es asegurar al cliente que el contenido de las conversaciones que tendrán es privado y que ella no divulgará nada a nadie sin el permiso escrito del paciente.
Hemos de apresurarnos a decir que la ética de esta profesión impone límites a la confidencialidad. Por ejemplo, si una persona amenaza con suicidarse o matar a otra o alguien habla de abusos a niños o a ancianos, entonces la seguridad personal y la vida prevalecen sobre el derecho a la confidencialidad, y el profesional de la salud mental está obligado a comunicar dichos riesgos a quienes tienen autoridad para proteger a la posible víctima.
Excepciones aparte, la confidencialidad es muy importante no solo en el ámbito profesional, sino también en las relaciones mutuas. La certeza de que las cuestiones íntimas no van a divulgarse aumenta la confianza, fortalece la relación, anima a expresar los problemas con libertad (lo cual favorece la salud mental) y demuestra al sufriente que él o ella merecen profundo respeto, aun con sus errores o debilidades.
El versículo de hoy se refiere a confidencias de tipo inmoral, faltas, caídas, pecados... Y se nos invita a que no los divulguemos. ¿Significa ello que aprobamos los hechos inmorales? ¡De ninguna manera! Pero el texto nos da a entender que debemos trabajar con discreción, apoyando y guiando a la persona a hacer la restauración correspondiente y a procurar el perdón de Dios. ¿Y qué ocurre cuando divulgamos la falta? La Escritura nos dice que la relación se rompe.
La confidencialidad puede ir más allá de una relación psicoterapéutica y alcanzar el terreno moral. Hay muchos, aun en comunidades religiosas, que parecen hallar especial placer en divulgar las faltas de otros. Pero la recomendación bíblica es muy diferente. Tal vez tú puedas desempeñar un papel fundamental en escuchar y guiar a alguien que, habiendo cometido un error, confíe en ti. Recuerda que debes mantener una cuidadosa discreción y apoyar al afectado a resolver su problema a la luz de las Sagradas Escrituras.
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