-En su discurso -dijo el papá—, Moisés habló también de las leyes que habían recibido. Eran la base del pacto que Dios había hecho con ellos: que obedecieran su ley. Después les recordó las otras leyes que tenían que ver más con el trato hacia los pobres y las viudas, por lo que debían hacer provisión para ellos. Asimismo, se refirió a los esclavos, a la consagración de los primogénitos, y al sostenimiento del santuario con los diezmos y las ofrendas. En cuanto a la salud, les recordó lo que dice Levítico 11, acerca de los animales que podían o no podían comer. Si deseaban estar sanos, debían evitar comer ciertos productos de origen animal. Las mejores leyes de higiene fueron dadas a Israel. ¿Se imaginan a tantas personas viviendo juntas? Necesitaban limpieza y orden, porque Dios es un Dios de orden.
-Dios pensó en todo -comentó Susana.
-Hasta en los esclavos y los pobres —dijo Mateo.
-En su despedida del pueblo, Moisés les hizo saber que las leyes de Dios tenían por objetivo la felicidad y la armonía de ellos. Porque Dios quería que su pueblo escogido fuera luz para que otros pueblos llegaran a conocer al Dios verdadero y a seguir sus principios. Las leyes debían ser conocidas por todos. Se les dio la orden de repetirlas a sus hijos, al levantarse, al acostarse, al salir, al entrar; en otras palabras, en toda oportunidad que tuvieran. En la repetición está el aprendizaje. Por eso, como padres, les repetimos constantemente las enseñanzas de la Biblia, principalmente ahora que ustedes son pequeños, para que queden grabadas en su mente y les sea más fácil obedecerlas cuando crezcan-concluyó el papá.
¿Sabías qué?
Las leyes de salud dadas a los israelitas son la base de las que ahora existen en la mayoría de los países.
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