‘‘Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).
Dedicamos este mes de marzo a las relaciones interpersonales, recordando que estas son fuente de máxima satisfacción y, al mismo tiempo, riesgo de los más grandes problemas. Las palabras constituyen la herramienta más poderosa para edificar o arruinar las relaciones. No es extraño que la Biblia redunde en consejos para hacer un buen uso de la palabra. Las palabras no lo son todo, pero sí una manera de elevar o de derrumbar al interlocutor, dependiendo de lo que uno diga. Esto se extiende a todos los ámbitos: familia, trabajo, ocio, amigos, compañeros, vecinos, negocios...
Ramón, un joven de veinte años, jugaba al fútbol en su equipo del barrio. En uno de los encuentros, le pasó el balón a su compañero Javier de tal forma, que este pudo marcar fácilmente un gol, pero erró y perdió la oportunidad. En respuesta, Ramón lanzó a Javier un insulto de los que producen vergüenza en cualquier oyente. Herido emocionalmente por la expresión de su compañero, Javier no jugó bien el resto del partido. Por su parte, Ramón acabó sintiéndose muy incómodo por lo que había dicho. Un tío suyo, que estaba presenciando el partido, le dijo al final del encuentro:
—No está bien lo que has hecho. Javier no ha ganado nada con tus palabras y tú has perdido mucho, porque tu manera de actuar habla mal de tu carácter. Y lo peor es que la amistad entre tú y él estará arruinada hasta que hagas algo para remediarlo.
Ramón reaccionó de forma honorable. Pidió perdón a Javier y admitió que sus palabras fueron inapropiadas, hirientes e irrespetuosas. Ambos se fundieron en un abrazo de reconciliación. De esa manera, la relación se restauró a un nivel aún mejor que el anterior.
Sin embargo, aún quedaba algo que Ramón no había resuelto: comprender que sus actos no solo afectan las relaciones entre personas. Su conducta también daña la relación con Dios. Se sentía culpable y con la impresión de que también había ofendido a su Padre celestial. Por ello, pidió también perdón a Dios.
Si estás enemistado con alguien por causa de tus palabras (o cualquier otra razón), no dejes pasar demasiado tiempo sin restaurar la relación dañada pidiendo perdón. Te beneficiarás en tu salud mental y también moral. Pídele al Señor, como hizo el salmista, las palabras justas y adecuadas: “Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío” (Sal. 19:14, CST).
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.
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