Elena G. de White escribió estas líneas el año 1890: «Nuestro peligro no radica en la escasez, sino en la abundancia. Estamos siempre tentados a los excesos. Los que quieran preservar sus facultades intactas para el servicio de Dios, deben observar una estricta temperancia en el uso de los productos de la generosidad divina, así como abstenerse completamente de toda complacencia perjudicial o degradante» (Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 32). ¿No será que nuestra ansiosa búsqueda del progreso material no es más que una búsqueda del peligro? No, el peligro no está en el progreso, sino en que este nos incite a olvidar los principios, de forma que usemos descuidadamente los productos de la generosidad divina. No es casualidad que el materialismo nazca y prospere en sociedades opulentas. Los pobres de este mundo son más proclives a ser ricos en fe. Los ricos tienen el lastre de sus posesiones, que los arrastran y los atan a la tierra. Un pato silvestre que volaba hacia el sur decidió detenerse y pasar el verano en el corral de una granja. Podría aprovecharse del grano y del abrigo, y permanecer con sus nuevos amigos domesticados. Pasó el invierno y llegó la primavera, y con ella las aves migratorias. El pato silvestre oyó la llamada de la bandada, y su corazón comenzó a latir más rápidamente. Pero cuando extendió sus alas para alcanzar a sus hermanos en el cielo, notó que no podía elevarse. Durante el invierno el alimento de la granja lo había engordado y estaba demasiado pesado como para que sus alas pudieran sostenerlo. Se elevó unos centímetros y cayó impotente sobre la tierra. ¿No correremos el mismo riesgo si somos ricos, prósperos, felices, dichosos, amados, respetados y elogiados? Es probable que en eso estuviera pensando el profeta cuando dijo: «Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud» (Lam. 3:27). En la Biblia dice: «Engordó Jesurún y tiró coces». Jesurún es el nombre poético de Israel. Abundan los casos en la historia del pueblo de Dios cuando la prosperidad conllevaba aspectos negativos. Cuando Israel prosperaba, se rebelaba a menudo contra Aquel que le había dado la prosperidad. Quizá a eso se deba la falta de éxito en la búsqueda desesperada de la prosperidad y la seguridad financiera. El Dios sabio y misericordioso no quiere dañarnos. Nos mantiene con el yugo puesto, por nuestro propio bien. Si viéramos las cosas así, seríamos más felices. Amemos a Aquel en cuyas manos está nuestra vida.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos
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