Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre (1 Tesalonicenses 4: 17).
Siempre que nos despedíamos de papá y mamá, en silencio derramábamos lágrimas, con la esperanza de volvernos a encontrar el próximo año. Pero esa tarde fue diferente. Todos lloramos, incluso mi padre, a quien nunca habíamos visto llorar, también derramó lágrimas. Vio a su esposa e hijas que lloraban abrazadas, sin querer separarse. Recuerdo las últimas palabras de mamá: «Hija no te preocupes, vete tranquila, tu niña estará bien, con nosotros no le faltara nada». Mi hija se quedaría con ellos y nosotros regresaríamos a Tecate, México.
Nunca pensé que ésa sería la última vez que platicaría y escucharía la voz de mi madre; la siguiente vez que la vi fue en el Hospital de San Francisco en estado de coma después de una operación del cerebro, y también encontré a mi padre en cama con cáncer terminal, preguntando: «¿Cuándo volverá Blanca? ¡Ya quiero verla!» Esa semana lo llevamos al hospital donde estaba mamá y la vio por última vez.
En esa ocasión todos unidos alrededor de la cama de mamá entonamos sus cantos preferidos, la tomamos de la mano y le dijimos: «¡Te amamos mamá! ¡Aquí está tu esposo Beto!» Oramos y volvimos a casa con mi padre. La iglesia apoyó mucho a mis padres. El pastor ungió a ambos. Mi padre murió el sábado a las seis de la tarde, sin que mamá lo supiera; ella murió el lunes a la misma hora, sin que papá lo supiera.
Vivieron 55 años juntos, se amaron tanto que ni la muerte pudo separarlos. Ahora descansan en el Señor, listos para levantarse al llamado de Dios esa mañana de resurrección, cuando quizá, tomados de la mano buscarán a sus hijos, y una vez que nos encontremos, todos juntos como familia, ascenderemos felices y gloriosos por los aires para reunimos con nuestro amado Salvador Jesús, y no nos separarnos nunca más.
¿Estás lista amiga mía para esa preciosa reunión con tus amados? Te invito en este momento a renovar nuestros votos de amor como hija, esposa o madre; a realizar un servicio feliz y abnegado a nuestros seres queridos y a nuestro prójimo. Abramos nuestra mente y corazón a Dios nuestro Padre y Salvador eterno.
Siempre que nos despedíamos de papá y mamá, en silencio derramábamos lágrimas, con la esperanza de volvernos a encontrar el próximo año. Pero esa tarde fue diferente. Todos lloramos, incluso mi padre, a quien nunca habíamos visto llorar, también derramó lágrimas. Vio a su esposa e hijas que lloraban abrazadas, sin querer separarse. Recuerdo las últimas palabras de mamá: «Hija no te preocupes, vete tranquila, tu niña estará bien, con nosotros no le faltara nada». Mi hija se quedaría con ellos y nosotros regresaríamos a Tecate, México.
Nunca pensé que ésa sería la última vez que platicaría y escucharía la voz de mi madre; la siguiente vez que la vi fue en el Hospital de San Francisco en estado de coma después de una operación del cerebro, y también encontré a mi padre en cama con cáncer terminal, preguntando: «¿Cuándo volverá Blanca? ¡Ya quiero verla!» Esa semana lo llevamos al hospital donde estaba mamá y la vio por última vez.
En esa ocasión todos unidos alrededor de la cama de mamá entonamos sus cantos preferidos, la tomamos de la mano y le dijimos: «¡Te amamos mamá! ¡Aquí está tu esposo Beto!» Oramos y volvimos a casa con mi padre. La iglesia apoyó mucho a mis padres. El pastor ungió a ambos. Mi padre murió el sábado a las seis de la tarde, sin que mamá lo supiera; ella murió el lunes a la misma hora, sin que papá lo supiera.
Vivieron 55 años juntos, se amaron tanto que ni la muerte pudo separarlos. Ahora descansan en el Señor, listos para levantarse al llamado de Dios esa mañana de resurrección, cuando quizá, tomados de la mano buscarán a sus hijos, y una vez que nos encontremos, todos juntos como familia, ascenderemos felices y gloriosos por los aires para reunimos con nuestro amado Salvador Jesús, y no nos separarnos nunca más.
¿Estás lista amiga mía para esa preciosa reunión con tus amados? Te invito en este momento a renovar nuestros votos de amor como hija, esposa o madre; a realizar un servicio feliz y abnegado a nuestros seres queridos y a nuestro prójimo. Abramos nuestra mente y corazón a Dios nuestro Padre y Salvador eterno.
Reyna Ibarra de Guevara
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor
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