El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob (Salmo 46:7).
Uno de los desafíos que enfrenté al ser esposa de pastor es que la mayor parte del tiempo se está muy lejos de nuestra familia paterna. Y cuando los hijos están pequeños y se enferman, se experimentan sentimientos de desesperación e impotencia. Así me pasó un par de veces con dos de mis tres hijos. Estábamos en el distrito de Ciudad Valles, en San Luis Potosí, México, cuando mi niña de nueve meses se puso muy grave de sarampión, así que tuvimos que hospitalizarla de emergencia, pues en esos momentos no sabíamos que tenia y sus síntomas eran extraños. Fueron días muy difíciles los que enfrentamos mi esposo y yo, pero comprendimos que en medio de las circunstancias adversas Dios nos abre ventanas de bendición.
Mi niña se puso grave durante la noche de un jueves y las hospitalizamos a la media noche. Para el amanecer el primer anciano de la iglesia y su esposa estaban en la clínica dándonos su apoyo y cariño. Lo que vino después fue sencillamente maravilloso. La iglesia de la ciudad se volcó en manifestaciones de amor durante el fin de semana en la clínica. Tanto así que el sábado por la tarde más del 75% de los 125 miembros de la congregación estaban en los pasillos de la pequeña clínica.
El doctor preguntó a mi esposo: «Oiga, ¿quién es usted? ¿Quién es esta niña? ¿Cómo es que es tan querida?» Allí comprendimos que Dios estaba con nosotros en media del cariño y amor de los hermanos. Unos siete años después, cuando mi hijito menor tenía ocho meses de nacido, se me enfermó de neumonía. Entonces vivíamos en Monterrey, Nuevo León. Estábamos a cargo de una iglesia grande. Nunca pensé que los hermanos manifestarían el mismo cariño y amor de nuestros antiguos feligreses de Valles. Pero el amor de Cristo en nuestras vidas o hace distinción de personas ni de ciudades o posiciones sociales.
Una dama se organizó para que hubiera parejas que se turnaban en el cuidado y la vigilancia para mi pequeño durante los días que estuvo internado en el hospital. Mientras tanto, ellas me llevaba y traía de mi casa al hospital las veces que fueran necesarias para que yo pudieses descansar y darle pecho relajadamente a mi bebé. Dios pone los medios y las personas para que no nos sintamos solas y podamos recordar que él siempre estará a nuestro lado.
Uno de los desafíos que enfrenté al ser esposa de pastor es que la mayor parte del tiempo se está muy lejos de nuestra familia paterna. Y cuando los hijos están pequeños y se enferman, se experimentan sentimientos de desesperación e impotencia. Así me pasó un par de veces con dos de mis tres hijos. Estábamos en el distrito de Ciudad Valles, en San Luis Potosí, México, cuando mi niña de nueve meses se puso muy grave de sarampión, así que tuvimos que hospitalizarla de emergencia, pues en esos momentos no sabíamos que tenia y sus síntomas eran extraños. Fueron días muy difíciles los que enfrentamos mi esposo y yo, pero comprendimos que en medio de las circunstancias adversas Dios nos abre ventanas de bendición.
Mi niña se puso grave durante la noche de un jueves y las hospitalizamos a la media noche. Para el amanecer el primer anciano de la iglesia y su esposa estaban en la clínica dándonos su apoyo y cariño. Lo que vino después fue sencillamente maravilloso. La iglesia de la ciudad se volcó en manifestaciones de amor durante el fin de semana en la clínica. Tanto así que el sábado por la tarde más del 75% de los 125 miembros de la congregación estaban en los pasillos de la pequeña clínica.
El doctor preguntó a mi esposo: «Oiga, ¿quién es usted? ¿Quién es esta niña? ¿Cómo es que es tan querida?» Allí comprendimos que Dios estaba con nosotros en media del cariño y amor de los hermanos. Unos siete años después, cuando mi hijito menor tenía ocho meses de nacido, se me enfermó de neumonía. Entonces vivíamos en Monterrey, Nuevo León. Estábamos a cargo de una iglesia grande. Nunca pensé que los hermanos manifestarían el mismo cariño y amor de nuestros antiguos feligreses de Valles. Pero el amor de Cristo en nuestras vidas o hace distinción de personas ni de ciudades o posiciones sociales.
Una dama se organizó para que hubiera parejas que se turnaban en el cuidado y la vigilancia para mi pequeño durante los días que estuvo internado en el hospital. Mientras tanto, ellas me llevaba y traía de mi casa al hospital las veces que fueran necesarias para que yo pudieses descansar y darle pecho relajadamente a mi bebé. Dios pone los medios y las personas para que no nos sintamos solas y podamos recordar que él siempre estará a nuestro lado.
Diana Blé Fuentes
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
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