Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados. Hebreos 12:15.
Esta declaración se basa en Deuteronomio 29: 18: «No sea que haya en vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo». «Se aplica a cualquier persona de la iglesia dada a las discusiones con el deliberado propósito de fomentar mala voluntad y división entre los hermanos. Una raíz de amargura generalmente germina en la oscuridad de algún alma marchita, y luego florece convirtiéndose en una crítica pública y maligna contra los dirigentes de la causa de Dios en la tierra, y hace que los hermanos se dividan entre sí» (Comentario bíblico adventista, t. 7, pp. 501,502).
La amargura es una condición espiritual enfermiza. Conlleva un deseo excesivo de venganza capaz de todo. Está a la cabeza de la lista de los problemas que ahuyentan al Espíritu de Dios: «Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia, y toda la malicia» (Efe. 4: 31).
Es muy difícil curar la amargura, porque la persona amargada se acostumbra a vivir con ese espíritu, considerando que su comportamiento es normal y parte de su personalidad. Por desgracia, quien tiene este problema tampoco percibe el daño que le ocasiona la amargura.
Los efectos de la amargura son graves: pérdida del dominio propio, irritabilidad, insomnio, depresión, negatividad, y malestar del ser en su conjunto. La amargura ahu-yenta al Espíritu de Dios. Sin embargo, cuando arrancamos la raíz de amargura, el Espíritu Santo toma posesión y control de nuestras vidas.
Todos los cristianos deseamos llegar a ser como Jesús. Si ese es nuestro objetivo, el primero y más grande paso que debemos dar es el de ser personas dulces, en las cuales no tenga cabida la amargura. ¿Cómo sabremos que hemos triunfado y nos hemos deshecho de la amargura? Hemos arrancado la raíz de amargura cuando nuestra vida está dominada por el amor y ya no deseamos vengarnos de nuestros ofensores; cuando nuestra boca ya no pronuncia palabras hirientes que afecten la reputación de los demás. Seremos completamente libres de la amargura cuando les deseemos el mayor de los éxitos a nuestros ofensores.
Decide hoy poner a un lado la amargura. Pide al Señor que te dé un carácter dulce. Que tu oración sea: «Señor, ayúdame a ser una persona de carácter dulce, a la cual todos quieran acercarse porque sienten la presencia divina en su vida».
Tomado de la Matutina Siempre gozosos.
Esta declaración se basa en Deuteronomio 29: 18: «No sea que haya en vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo». «Se aplica a cualquier persona de la iglesia dada a las discusiones con el deliberado propósito de fomentar mala voluntad y división entre los hermanos. Una raíz de amargura generalmente germina en la oscuridad de algún alma marchita, y luego florece convirtiéndose en una crítica pública y maligna contra los dirigentes de la causa de Dios en la tierra, y hace que los hermanos se dividan entre sí» (Comentario bíblico adventista, t. 7, pp. 501,502).
La amargura es una condición espiritual enfermiza. Conlleva un deseo excesivo de venganza capaz de todo. Está a la cabeza de la lista de los problemas que ahuyentan al Espíritu de Dios: «Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia, y toda la malicia» (Efe. 4: 31).
Es muy difícil curar la amargura, porque la persona amargada se acostumbra a vivir con ese espíritu, considerando que su comportamiento es normal y parte de su personalidad. Por desgracia, quien tiene este problema tampoco percibe el daño que le ocasiona la amargura.
Los efectos de la amargura son graves: pérdida del dominio propio, irritabilidad, insomnio, depresión, negatividad, y malestar del ser en su conjunto. La amargura ahu-yenta al Espíritu de Dios. Sin embargo, cuando arrancamos la raíz de amargura, el Espíritu Santo toma posesión y control de nuestras vidas.
Todos los cristianos deseamos llegar a ser como Jesús. Si ese es nuestro objetivo, el primero y más grande paso que debemos dar es el de ser personas dulces, en las cuales no tenga cabida la amargura. ¿Cómo sabremos que hemos triunfado y nos hemos deshecho de la amargura? Hemos arrancado la raíz de amargura cuando nuestra vida está dominada por el amor y ya no deseamos vengarnos de nuestros ofensores; cuando nuestra boca ya no pronuncia palabras hirientes que afecten la reputación de los demás. Seremos completamente libres de la amargura cuando les deseemos el mayor de los éxitos a nuestros ofensores.
Decide hoy poner a un lado la amargura. Pide al Señor que te dé un carácter dulce. Que tu oración sea: «Señor, ayúdame a ser una persona de carácter dulce, a la cual todos quieran acercarse porque sienten la presencia divina en su vida».
Tomado de la Matutina Siempre gozosos.
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