Manzana de oro configuras de plata es la palabra dicha como conviene (Proverbios 25: 11).
Entré apresuradamente en la sala de descanso, dirigiéndome hacia la máquina expendedora para conseguir mi merienda, cuando me encontré con una situación embarazosa. Allí estaba Karen, sentada en la falda de Tom. Yo sabía (y sabía que Karen también lo sabía) que Tom era un hombre casado.
Tom era un persona sensible, inteligente y ayudadora que trabajaba en mi mismo turno, y me había ayudado a aprender mi trabajo. Me caía bien y hasta ese momento lo había respetado. No estaba segura de qué hacer. Completé mi compra y me fui tan rápidamente como pude.
Más tarde ese mismo día, Tom se sentó a mi lado en el comedor. Quería disculparse y tratar de explicarme la situación. Se explayó con muchos detalles en el tema de la ruptura matrimonial con su esposa y de cómo Karen se le había acercado. Sin embargo, me parecía que Karen se había metido en su vida de tal forma que le había facilitado la ruptura matrimonial. Habló por largo rato, contándome no sólo de sus problemas sino también de sus alegrías en la vida matrimonial. Cuando el período de recreo llegaba a su fin, me preguntó mi opinión, pero lo hizo de tal forma que me daba cuenta que esperaba que le diera mi aprobación en su relación con Karen. "Querido Señor, dame las palabras justas para esta situación". Oré y tomé la bandeja de comida para marcharme. Finalmente le dije: "Me parece que aún estás enamorado de tu esposa".
Al poco tiempo, Tom fue transferido a otro departamento y Karen dejó la compañía. Pasó un año hasta que lo volví a ver otra vez. Un día, a la hora del almuerzo, se acercó con un compañero de trabajo y nos presentó diciéndole a su amigo: "Esta es la chica de la que te hablaba. Sus palabras salvaron mi matrimonio".
Dios me había dado las palabras justas que Tom necesitaba escuchar para despejar la confusión que Karen había traído a su vida, volverlo al camino de la felicidad y la fidelidad con su esposa. La promesa de Dios hecha a Moisés: "yo estaré con tu boca" (Éxo. 4:15) es para cada uno de nosotros. Nunca sabemos cuándo necesitaremos hablar las palabras que podrán hacer una diferencia duradera.
Señor, que siempre pueda hablar las palabras de ánimo que tú me des para decir. Amén.
Entré apresuradamente en la sala de descanso, dirigiéndome hacia la máquina expendedora para conseguir mi merienda, cuando me encontré con una situación embarazosa. Allí estaba Karen, sentada en la falda de Tom. Yo sabía (y sabía que Karen también lo sabía) que Tom era un hombre casado.
Tom era un persona sensible, inteligente y ayudadora que trabajaba en mi mismo turno, y me había ayudado a aprender mi trabajo. Me caía bien y hasta ese momento lo había respetado. No estaba segura de qué hacer. Completé mi compra y me fui tan rápidamente como pude.
Más tarde ese mismo día, Tom se sentó a mi lado en el comedor. Quería disculparse y tratar de explicarme la situación. Se explayó con muchos detalles en el tema de la ruptura matrimonial con su esposa y de cómo Karen se le había acercado. Sin embargo, me parecía que Karen se había metido en su vida de tal forma que le había facilitado la ruptura matrimonial. Habló por largo rato, contándome no sólo de sus problemas sino también de sus alegrías en la vida matrimonial. Cuando el período de recreo llegaba a su fin, me preguntó mi opinión, pero lo hizo de tal forma que me daba cuenta que esperaba que le diera mi aprobación en su relación con Karen. "Querido Señor, dame las palabras justas para esta situación". Oré y tomé la bandeja de comida para marcharme. Finalmente le dije: "Me parece que aún estás enamorado de tu esposa".
Al poco tiempo, Tom fue transferido a otro departamento y Karen dejó la compañía. Pasó un año hasta que lo volví a ver otra vez. Un día, a la hora del almuerzo, se acercó con un compañero de trabajo y nos presentó diciéndole a su amigo: "Esta es la chica de la que te hablaba. Sus palabras salvaron mi matrimonio".
Dios me había dado las palabras justas que Tom necesitaba escuchar para despejar la confusión que Karen había traído a su vida, volverlo al camino de la felicidad y la fidelidad con su esposa. La promesa de Dios hecha a Moisés: "yo estaré con tu boca" (Éxo. 4:15) es para cada uno de nosotros. Nunca sabemos cuándo necesitaremos hablar las palabras que podrán hacer una diferencia duradera.
Señor, que siempre pueda hablar las palabras de ánimo que tú me des para decir. Amén.
Darlenejoan MacKibbin Rbine
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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