«Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41).
Valoro mi casa porque es la mayor inversión que jamás he hecho. Por tanto, hemos protegido la instalación eléctrica con fusibles para que se fundan si se produce un cortocircuito en algún punto de la misma. Por la misma razón, también tenemos contratado un servicio de control y exterminio de termitas.
Probablemente usted piense lo mismo de su casa. Algunos han instalado sensores de humo que detectan cuándo hay un incendio; otros aseguran la puerta con cerraduras de seguridad y candados y protegen las ventanas con rejas. Algunos propietarios instalan complejos sistemas de seguridad que disparan una alarma cuando se abre una puerta o una ventana o cuando detectan movimiento en una habitación.
Los bancos tienen barreras a prueba de balas entre el cajero y los clientes, mientras que, de vez en cuando, la policía estaciona sus vehículos delante de la oficina. Aunque en las instalaciones no haya ningún empleado, el vehículo policial es una buena medida disuasoria para los posibles ladrones. Los aviones militares llevan a bordo equipos de alta tecnología que detectan cuándo el aparato está siendo «copiado» por un rayo de radar que sirve de guía a un misil. Parece que, en nombre de la prevención, la humanidad ha emprendido un camino sin fin hacia extremas y costosas medidas de seguridad.
La vida cristiana está llena de peligros. Desde aquellos lejanos tiempos de la era no tecnológica, el escritor bíblico nos exhorta a mantenernos en guardia: «Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda al rededor buscando a quien devorar» (1 Ped. 5:8).
Quizá para nosotros esa ilustración no tenga demasiado sentido. Personalmente, nunca he sido amenazado por un león que ande suelto. Sin embargo, por desgracia, todos entendemos la palabra «terrorista». Si el apóstol Pedro escribiera hoy, quizá diría: «No bajen la guardia porque su enemigo, el diablo, es un terrorista que...». Esta promesa es para usted: «Cristo dará fuerza a todos los que se la pidan. Nadie, sin su propio consentimiento, puede ser vencido por Satanás. El tentador no tiene el poder de gobernar la voluntad o de obligar al alma a pecar. Puede angustiar, pero no contaminar. Puede causar agonía, pero no corrupción. El hecho de que Cristo venció debería inspirar valor a sus discípulos para sostener denodadamente la lucha contra el pecado y Satanás. (El Conflicto de los Siglos, cap, 31 p. 500). Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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