sábado, 4 de febrero de 2017

MI GRUPO DE ÁNGELES RESPLANDECIENTES

‘Tendré compasión de ti’, dice Jehová, tu Redentor” (Isa. 54:8).

La pesadilla de un matrimonio que se desintegra me había llevado al punto más bajo de mi vida, con mi dolor y mi desesperación compitiendo con el frío desolador del invierno, que arañaba las ventanas y se colaba bajo las puertas de la vieja casa de campo. Me pasaba aturdida todo el día, y me aterrorizaban las noches. Fue en una de esas noches cuando el timbre del teléfono me devolvió a la nada grata conciencia. La casi temblorosa voz de mi hermana, surcando muchos kilómetros, me informaba de que había visto mi casa en sueños, rodeada de campos cubiertos de nieve que se extendía en todas direcciones. Y súbitamente, ahí, ¡ahí!, había visto un grupo de ángeles resplandecientes, unidos hombro con hombro, con los brazos enlazados en un círculo inquebrantable que rodeaba mi casa por entero. “He pensado que te gustaría saberlo”, susurró antes de colgar.
Me volví para mirar por la ventana. “¿Están ahí, Señor? ¿De verdad están ahí?”, pregunté. Mi habitación se encontraba tan silenciosa, tan fría… Congelada, como mi corazón. Una pálida luz de luna llena caía débil y oblicuamente sobre el suelo, cual fragmento de rayo de luna que podía desmenuzarse en mil esquirlas cristalinas en cuanto un dedo de mi pie lo tocase. Yo quería -necesitaba- que mis ángeles estuvieran allí. Allí, conmigo y con mis tres hijos, durmiendo al otro lado de la puerta de mi casa. Nos sentíamos tan solos, tan desamparados, tan rechazados… Me arrastré hacia la ventana, sabiendo que moriría si no fuera así; sabiendo que no podría vivir si aquello no se confirmaba.
Santas palabras se me arremolinaron entonces en la mente: “Porque tu marido es tu Hacedor […]. Porque como a una mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, como a la esposa [cortejada y conquistada] de la juventud, que es [más tarde] repudiada. […] Porque los montes se moverán […] pero no se apartará de ti mi misericordia” (Isa. 54:5-10). Apoyé la frente contra el cristal. ¿Promesas, Señor? ¿Promesas?
Elevé los ojos, y miré primero más allá de lo que podía ver siquiera, hacia donde terminaban bruscamente los campos nevados y se fundían con el cielo negro de la noche. Entonces, centímetro a centímetro, descendió mi mirada por el vidrio hacia la nieve que se acumulaba sobre los árboles de hoja perenne que, abajo, bordeaban nuestro patio empapado de luna. No vi nada, pero en un instante de abrumadora conciencia supe que estaban ahí. “Nunca te fallaré. Jamás te abandonaré” (Heb. 13:5, NTV). Y en estos 36 años, nunca lo ha hecho.  Jeannette Busby Johnson

Tomado de lecturas devocionales para Damas 2017
VIVIR EN SU AMOR    
Por: Carolyn Rathbun Sutton – Ardis Dick Stenbakken
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