Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová. Números 12:2.
¿Te llevas bien con tus hermanos? ¿Podrías afirmar que tienes una relación saludable con todos ellos? El orador de una Semana de Oración en uno de nuestros colegios hizo estas preguntas. Luego añadió una tercera que provocó una reacción notable: "¿Quiénes aquí se llevan mal con sus hermanos?" Para mi sorpresa, la gran mayoría de los alumnos levantó la mano en señal de aprobación. Las razones: los que habían nacido primero se quejaban que los más pequeños tenían algunos privilegios que ellos no tenían; los que habían nacido al final no soportaban los "abusos" de los mayores, y los hermanos del medio se sentían "el queso" del emparedado familiar.
Las peleas entre hermanos no son asunto exclusivo del presente; en las Escrituras se encuentran numerosos casos de hermanos que pelean por diversas razones. El caso que mencionaremos hoy fue una pelea iniciada por dos hermanos mayores, María y Aarón, contra su hermano menor, Moisés.
Por su temperamento, no era fácil entrar en contiendas con Moisés, ya que "era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Núm. 12:3); pero los grandes privilegios que había recibido por Dios despertaron los celos y la envidia de sus hermanos. Por intermedio de Moisés, el Señor había obrado milagros poderosos en la liberación de Israel; Dios lo había designado para conducir a los dos millones de peregrinos a la tierra prometida; y como si fuera poco, Dios hablaba con él "cara a cara" (vers. 8). María inició la censura y Aarón no la reprochó, sino que se acopló en su desafecto. Con un poco de altanería, la hermana mayor preguntó: "¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?"
Dios reprendió duramente a los dos hermanos por una actitud provocada por los celos y la envidia. Ambas características se iniciaron en Lucifer cuando, disconforme con la posición del Hijo de Dios en contraste con la suya, procuró llegar al trono celestial. Todavía estos rasgos son transmitidos a los seres humanos que le permiten al gran engañador ocupar un lugar en el corazón. Y el colmo de esta condición es cuando hermanos, seres que llevan el mismo apellido y la misma sangre, se ven separados y distanciados porque uno de ellos no soporta el bienestar del otro.
¿Cómo hacer para que desaparezcan estos sentimientos del corazón? Debemos dejar que Cristo more en él. La sangre de Cristo tiene el poder para limpiar nuestra vida de toda contaminación, y los celos y la envidia son parte de las impurezas que deben ser exterminadas.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela
¿Te llevas bien con tus hermanos? ¿Podrías afirmar que tienes una relación saludable con todos ellos? El orador de una Semana de Oración en uno de nuestros colegios hizo estas preguntas. Luego añadió una tercera que provocó una reacción notable: "¿Quiénes aquí se llevan mal con sus hermanos?" Para mi sorpresa, la gran mayoría de los alumnos levantó la mano en señal de aprobación. Las razones: los que habían nacido primero se quejaban que los más pequeños tenían algunos privilegios que ellos no tenían; los que habían nacido al final no soportaban los "abusos" de los mayores, y los hermanos del medio se sentían "el queso" del emparedado familiar.
Las peleas entre hermanos no son asunto exclusivo del presente; en las Escrituras se encuentran numerosos casos de hermanos que pelean por diversas razones. El caso que mencionaremos hoy fue una pelea iniciada por dos hermanos mayores, María y Aarón, contra su hermano menor, Moisés.
Por su temperamento, no era fácil entrar en contiendas con Moisés, ya que "era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Núm. 12:3); pero los grandes privilegios que había recibido por Dios despertaron los celos y la envidia de sus hermanos. Por intermedio de Moisés, el Señor había obrado milagros poderosos en la liberación de Israel; Dios lo había designado para conducir a los dos millones de peregrinos a la tierra prometida; y como si fuera poco, Dios hablaba con él "cara a cara" (vers. 8). María inició la censura y Aarón no la reprochó, sino que se acopló en su desafecto. Con un poco de altanería, la hermana mayor preguntó: "¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?"
Dios reprendió duramente a los dos hermanos por una actitud provocada por los celos y la envidia. Ambas características se iniciaron en Lucifer cuando, disconforme con la posición del Hijo de Dios en contraste con la suya, procuró llegar al trono celestial. Todavía estos rasgos son transmitidos a los seres humanos que le permiten al gran engañador ocupar un lugar en el corazón. Y el colmo de esta condición es cuando hermanos, seres que llevan el mismo apellido y la misma sangre, se ven separados y distanciados porque uno de ellos no soporta el bienestar del otro.
¿Cómo hacer para que desaparezcan estos sentimientos del corazón? Debemos dejar que Cristo more en él. La sangre de Cristo tiene el poder para limpiar nuestra vida de toda contaminación, y los celos y la envidia son parte de las impurezas que deben ser exterminadas.
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