No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa (Hebreos 10:35).
Constantemente nos enfrentamos a la frustrante experiencia de perder objetos, oportunidades, amistades, trabajos... Aunque de alguna manera hemos aprendido a convivir con ello, no deja de resultar desagradable y doloroso. Perder algo siempre produce una sensación de inseguridad, derrota y frustración. Esto se debe a que en nuestro corazón existen fuerzas que continuamente libran la batalla por triunfar, por recibir aplauso y obtener prestigio, Y es que para eso hemos sido creados por Dios.
Adán y Eva fueron nombrados amos y señores de toda la creación. «Los bendijo Dios y les dijo: "Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla: ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra"» (Gen. 1: 28). El Creador estableció para el ser humano una vida de triunfos, de alegría y de seguridad, por lo que es normal que sintamos tanto rechazo al fracaso, la pérdida y la derrota.
El amor con el que convivían nuestros primeros padres fue el primer regalo que recibieron de Dios. No fue sino hasta después del pecado cuando cambiaron las cosas, y el ser humano, como consecuencia de sus actos, se quedó solo, al romper lazos de amistad con sus semejantes e incluso con Dios.
Dos buenas amigas, que habían compartido alegrías y tristezas a lo largo de los años, se enfrentaron por causa del éxito que habían logrado en la vida. Aunque se habían jurado fidelidad, la envidia las encadenó, trayendo con ella discordia. La hermosa amistad que una vez las había unido se rompió. Se hicieron tanto daño que las heridas generaron un abismo entre ambas y terminaron sus vidas siendo enemigas e infelices.
Dios nos insta a no perder nuestra confianza en sus promesas. Él sabe cuán desdichadas se tornan nuestras vidas cuando lo perdemos como amigo. Por eso hoy, al enfrentar los retos de un nuevo día, recuerda que tenemos un amigo incondicional que siempre estará a nuestro lado diciéndonos: «No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa» (Heb. 10: 35).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Constantemente nos enfrentamos a la frustrante experiencia de perder objetos, oportunidades, amistades, trabajos... Aunque de alguna manera hemos aprendido a convivir con ello, no deja de resultar desagradable y doloroso. Perder algo siempre produce una sensación de inseguridad, derrota y frustración. Esto se debe a que en nuestro corazón existen fuerzas que continuamente libran la batalla por triunfar, por recibir aplauso y obtener prestigio, Y es que para eso hemos sido creados por Dios.
Adán y Eva fueron nombrados amos y señores de toda la creación. «Los bendijo Dios y les dijo: "Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla: ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra"» (Gen. 1: 28). El Creador estableció para el ser humano una vida de triunfos, de alegría y de seguridad, por lo que es normal que sintamos tanto rechazo al fracaso, la pérdida y la derrota.
El amor con el que convivían nuestros primeros padres fue el primer regalo que recibieron de Dios. No fue sino hasta después del pecado cuando cambiaron las cosas, y el ser humano, como consecuencia de sus actos, se quedó solo, al romper lazos de amistad con sus semejantes e incluso con Dios.
Dos buenas amigas, que habían compartido alegrías y tristezas a lo largo de los años, se enfrentaron por causa del éxito que habían logrado en la vida. Aunque se habían jurado fidelidad, la envidia las encadenó, trayendo con ella discordia. La hermosa amistad que una vez las había unido se rompió. Se hicieron tanto daño que las heridas generaron un abismo entre ambas y terminaron sus vidas siendo enemigas e infelices.
Dios nos insta a no perder nuestra confianza en sus promesas. Él sabe cuán desdichadas se tornan nuestras vidas cuando lo perdemos como amigo. Por eso hoy, al enfrentar los retos de un nuevo día, recuerda que tenemos un amigo incondicional que siempre estará a nuestro lado diciéndonos: «No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa» (Heb. 10: 35).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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