Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Juan 14:6.
Les acababa de hablar de mansiones celestiales, sin dolor y sin tristeza; un mundo perfecto de eterna felicidad. Les acababa de decir que estaría preparando esas mansiones y que vendría a llevarlos.
La promesa era demasiado bonita para ser verdad. Especialmente, cuando se vive en un mundo en que todos los días enfrentas las acritudes de la vida y de la muerte. Entonces Tomás, el discípulo al que le gustaba tener pruebas de todo lo que se le decía, preguntó: "Señor, no sabemos cómo llegar allá. Por favor, muéstranos el camino". Fue en estas circunstancias que el Maestro les respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
Es triste querer llegar a algún lugar sin conocer el camino; pierdes tiempo y esfuerzo. Te frustras, te desengañas, y hasta llegas a pensar que te han mentido. Entonces, abandonas tus sueños y esperanzas, y caes en el terreno del cinismo. El cínico finge que vive, aunque no vive; hace de cuenta que ama, pero odia; parece que sonríe y, sin embargo, llora. Y no se incomoda con lo que los otros o él mismo piensen; pierde la sensibilidad.
-¿Para qué seguir luchando? -me preguntaba el otro día una persona-. Me he esforzado por ser feliz, y nada he logrado. ¿Vale la pena intentar de nuevo, en un mundo lleno de injusticias?
¡Claro que sí! El secreto es encontrar el sendero, en medio de tantos caminos engañosos, seductores y atractivos. Caminos que te prometen luces y fuegos artificiales, fama, poder y placer, pero te llevan al pozo de la angustia, a las cuevas tenebrosas de la culpabilidad y del cinismo.
En medio de todo eso, suena la mansa voz de Jesús, que declara: "Yo soy el camino". ¿Es este mismo "Yo Soy" que se le presentó a Moisés, en las arenas del desierto? Sí, es este el mismo Dios eterno que le da sentido a una vida escondida en la montaña de los errores humanos. Es el mismo Dios que quita a Moisés de entre las ovejas, y lo lleva a conducir un pueblo rumbo a la tierra de sus sueños.
¡Jesús es el Camino! ¡Búscalo hoy, en humildad! ¡Sométete a él! Sigúelo por dondequiera que vaya, y tu existencia cobrará el brillo de las vidas victoriosas. Amanecerá un nuevo día, y no tendrás miedo de vivirlo. Marcharás en la fuerza del que te llamó para escribir una página en la historia de los vencedores. Por eso, hoy, no te atrevas a enfrentar las luchas que el día te trae sin recordar las palabras de Jesús: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
Les acababa de hablar de mansiones celestiales, sin dolor y sin tristeza; un mundo perfecto de eterna felicidad. Les acababa de decir que estaría preparando esas mansiones y que vendría a llevarlos.
La promesa era demasiado bonita para ser verdad. Especialmente, cuando se vive en un mundo en que todos los días enfrentas las acritudes de la vida y de la muerte. Entonces Tomás, el discípulo al que le gustaba tener pruebas de todo lo que se le decía, preguntó: "Señor, no sabemos cómo llegar allá. Por favor, muéstranos el camino". Fue en estas circunstancias que el Maestro les respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
Es triste querer llegar a algún lugar sin conocer el camino; pierdes tiempo y esfuerzo. Te frustras, te desengañas, y hasta llegas a pensar que te han mentido. Entonces, abandonas tus sueños y esperanzas, y caes en el terreno del cinismo. El cínico finge que vive, aunque no vive; hace de cuenta que ama, pero odia; parece que sonríe y, sin embargo, llora. Y no se incomoda con lo que los otros o él mismo piensen; pierde la sensibilidad.
-¿Para qué seguir luchando? -me preguntaba el otro día una persona-. Me he esforzado por ser feliz, y nada he logrado. ¿Vale la pena intentar de nuevo, en un mundo lleno de injusticias?
¡Claro que sí! El secreto es encontrar el sendero, en medio de tantos caminos engañosos, seductores y atractivos. Caminos que te prometen luces y fuegos artificiales, fama, poder y placer, pero te llevan al pozo de la angustia, a las cuevas tenebrosas de la culpabilidad y del cinismo.
En medio de todo eso, suena la mansa voz de Jesús, que declara: "Yo soy el camino". ¿Es este mismo "Yo Soy" que se le presentó a Moisés, en las arenas del desierto? Sí, es este el mismo Dios eterno que le da sentido a una vida escondida en la montaña de los errores humanos. Es el mismo Dios que quita a Moisés de entre las ovejas, y lo lleva a conducir un pueblo rumbo a la tierra de sus sueños.
¡Jesús es el Camino! ¡Búscalo hoy, en humildad! ¡Sométete a él! Sigúelo por dondequiera que vaya, y tu existencia cobrará el brillo de las vidas victoriosas. Amanecerá un nuevo día, y no tendrás miedo de vivirlo. Marcharás en la fuerza del que te llamó para escribir una página en la historia de los vencedores. Por eso, hoy, no te atrevas a enfrentar las luchas que el día te trae sin recordar las palabras de Jesús: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
No hay comentarios:
Publicar un comentario