No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro. 1 Samuel 2:2.
Las montañas de Colorado se muestran blancas esta mañana. Es el invierno, que llegó temprano y vistió sus picos con su sábana de nieve. Contemplando el paisaje desde el avión, escribo este devocional. "No hay refugio como el Dios nuestro", dice el texto.
Tú solo comprendes el valor del refugio cuando la tormenta llega o el peligro acecha. Si alguien anduviese perdido en estas montañas majestuosas, moriría sin un refugio. El refugio es la cueva salvadora; el escondrijo donde estás a salvo del enemigo.
Esta vida es una permanente lucha. Hay un enemigo que quiere destruir las cosas más preciosas que Dios te dio. No quedará satisfecho mientras no te vea postrado a sus pies: tratará de destruir tus sueños, planes e ideales; colocará barreras en el camino; usará a los otros y, muchas veces, tus propias debilidades para alcanzar su objetivo.
Pero, la promesa de hoy es que tú tienes un Dios que jamás falla: en las horas de dolor y de lágrimas; cuando piensas que llegaste al fin. Él es santo; no hay otro como él. Será refugio en el momento de crisis.
¿En qué sentido es refugio? Cuando vas a él, a través de la oración, Dios elimina el temor y coloca paz en tu corazón. Un corazón sin temor es capaz de vislumbrar salidas que el miedo impide ver. Está comprobado que, en las horas de mayor peligro, lo que provoca más tragedias es el pánico, y no el accidente en sí. El pánico tiene sus raíces en el miedo.
Tal vez, este sea tu problema más grande: el miedo te incapacita para vencer; te hace huir hasta de una hormiga; te lleva a imaginar dificultades que no existen, y te paraliza.
Qué bueno es, entonces, tener un refugio en Dios. Correr a sus brazos; esconderte en su regazo; conversar con él en oración. Y, de allí, salir sin temor para enfrentar las luchas de la vida.
No salgas hoy de casa sin correr a los brazos de tu Refugio eterno. Cuéntale tus temores; dile tus tristezas. Abre tu ser a él, y recibe la inspiración y la fuerza para vencer. Jamás estás acabado y si tienes un refugio. Y recuerda: "No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
Las montañas de Colorado se muestran blancas esta mañana. Es el invierno, que llegó temprano y vistió sus picos con su sábana de nieve. Contemplando el paisaje desde el avión, escribo este devocional. "No hay refugio como el Dios nuestro", dice el texto.
Tú solo comprendes el valor del refugio cuando la tormenta llega o el peligro acecha. Si alguien anduviese perdido en estas montañas majestuosas, moriría sin un refugio. El refugio es la cueva salvadora; el escondrijo donde estás a salvo del enemigo.
Esta vida es una permanente lucha. Hay un enemigo que quiere destruir las cosas más preciosas que Dios te dio. No quedará satisfecho mientras no te vea postrado a sus pies: tratará de destruir tus sueños, planes e ideales; colocará barreras en el camino; usará a los otros y, muchas veces, tus propias debilidades para alcanzar su objetivo.
Pero, la promesa de hoy es que tú tienes un Dios que jamás falla: en las horas de dolor y de lágrimas; cuando piensas que llegaste al fin. Él es santo; no hay otro como él. Será refugio en el momento de crisis.
¿En qué sentido es refugio? Cuando vas a él, a través de la oración, Dios elimina el temor y coloca paz en tu corazón. Un corazón sin temor es capaz de vislumbrar salidas que el miedo impide ver. Está comprobado que, en las horas de mayor peligro, lo que provoca más tragedias es el pánico, y no el accidente en sí. El pánico tiene sus raíces en el miedo.
Tal vez, este sea tu problema más grande: el miedo te incapacita para vencer; te hace huir hasta de una hormiga; te lleva a imaginar dificultades que no existen, y te paraliza.
Qué bueno es, entonces, tener un refugio en Dios. Correr a sus brazos; esconderte en su regazo; conversar con él en oración. Y, de allí, salir sin temor para enfrentar las luchas de la vida.
No salgas hoy de casa sin correr a los brazos de tu Refugio eterno. Cuéntale tus temores; dile tus tristezas. Abre tu ser a él, y recibe la inspiración y la fuerza para vencer. Jamás estás acabado y si tienes un refugio. Y recuerda: "No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
No hay comentarios:
Publicar un comentario