Una mujer de entre la multitud levanto la voz y le dijo: «¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los senos que mamaste!» (Lucas 11:27).
He dejado para el final de este ciclo de mujeres poco conocidas que sin saberlo han dejado un legado de provechosas lecciones, a esta mujer, una del pueblo, una entre tantas, que, inspirada por el Espíritu Santo, pronunció sobre Jesús la única bendición de este tipo que se registra.
Esta corta frase encierra uno de los misterios más sublimes de la historia. Sí, el Dios eterno, Rey de reyes y Señor de señores, había nacido de una humilde mujer y había dependido de sus pechos para crecer. Siempre que estudio este tema termino alabando a Dios porque su amor por mí superó la lógica humana. Tú y yo hemos sido salvadas por el simple hecho de que Dios nos amó demasiado como para dejarnos bajo la condena eterna. Fuimos halladas tan valiosas para el cielo que, a pesar de que nuestro rescate ocasionaría mucho sufrimiento, para él valía la pena salvarnos.
Aquella mujer elevó su voz para poner de manifiesto el amor divino encarnado en aquel Verbo que estaba dispuesto a vencer el pecado y asegurar la vida del pecador.
Jesús aceptó aquella bendición pero terminó la frase que para él estaba incompleta diciendo: «¡Antes bien, dichosos los que oyen la Palabra de Dios, y la obedecen!» (Luc. 11: 28). Por supuesto, el plan divino cargado de amor y sacrificio no cumple su objetivo si no tiene a quién salvar. Por eso Jesús llamó dichosos a los que no solo oyen sino que guardan y ponen en práctica la voluntad divina. Solo para esa clase de personas se hace realidad el plan confeccionado desde antes de la fundación del mundo y en el que estábamos incluidas tú y yo.
Esta historia puede volver a escribirse así: «Tú y yo, mujeres modernas, al encontrarnos con ese Dios hecho hombre, podemos exclamar con agradecimiento: "¡Hosanna! ¡Gloria al Dios que habitó en nuestro medio, asegurando la vida eterna a todo pecador!"».
Nunca dejes que la alabanza huya de tus labios. El Cristo que murió en el Calvario es tu salvador. Eres dichosa porque Dios te amó hasta el fin.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
He dejado para el final de este ciclo de mujeres poco conocidas que sin saberlo han dejado un legado de provechosas lecciones, a esta mujer, una del pueblo, una entre tantas, que, inspirada por el Espíritu Santo, pronunció sobre Jesús la única bendición de este tipo que se registra.
Esta corta frase encierra uno de los misterios más sublimes de la historia. Sí, el Dios eterno, Rey de reyes y Señor de señores, había nacido de una humilde mujer y había dependido de sus pechos para crecer. Siempre que estudio este tema termino alabando a Dios porque su amor por mí superó la lógica humana. Tú y yo hemos sido salvadas por el simple hecho de que Dios nos amó demasiado como para dejarnos bajo la condena eterna. Fuimos halladas tan valiosas para el cielo que, a pesar de que nuestro rescate ocasionaría mucho sufrimiento, para él valía la pena salvarnos.
Aquella mujer elevó su voz para poner de manifiesto el amor divino encarnado en aquel Verbo que estaba dispuesto a vencer el pecado y asegurar la vida del pecador.
Jesús aceptó aquella bendición pero terminó la frase que para él estaba incompleta diciendo: «¡Antes bien, dichosos los que oyen la Palabra de Dios, y la obedecen!» (Luc. 11: 28). Por supuesto, el plan divino cargado de amor y sacrificio no cumple su objetivo si no tiene a quién salvar. Por eso Jesús llamó dichosos a los que no solo oyen sino que guardan y ponen en práctica la voluntad divina. Solo para esa clase de personas se hace realidad el plan confeccionado desde antes de la fundación del mundo y en el que estábamos incluidas tú y yo.
Esta historia puede volver a escribirse así: «Tú y yo, mujeres modernas, al encontrarnos con ese Dios hecho hombre, podemos exclamar con agradecimiento: "¡Hosanna! ¡Gloria al Dios que habitó en nuestro medio, asegurando la vida eterna a todo pecador!"».
Nunca dejes que la alabanza huya de tus labios. El Cristo que murió en el Calvario es tu salvador. Eres dichosa porque Dios te amó hasta el fin.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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