Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Génesis 1:3.
Antonia salió de la casa, respiró hondo y miró al cielo: le hubiera gustado que fuese una noche limpia, como tantas otras a la orilla del mar. Pero, notó que no había luna ni estrellas; tal vez, los astros estuviesen allí como siempre, pero ella no los veía. Estaba oscuro; más oscuro que las oscuras páginas de su historia. Entonces, tuvo miedo y entendió que, para ver, no basta tener ojos; es necesario que haya luz. Poco valen los ojos en la oscuridad.
Su vida, cubierta de sombras desde la adolescencia, carecía de alegría. Si pudiese definir el día en que empezaron sus amarguras, se remontaría al triste momento en que sus padres le dijeron: "Hijita, el amor entre nosotros acabó. Pero, tú continúas siendo nuestra hija, y te vamos a amar siempre".
Ella sabía que a partir de aquel instante nada sería igual. Y no lo fue. Su vida, que hasta entonces había sido un día de sol esplendoroso, empezó a nublarse: conoció las sombras, la tristeza, el dolor extraño de sentirse sola. Y jamás supo decir cómo, sin percibirlo, se descubrió hundida en la arena movediza de las drogas. Los errores desfilaron, uno tras de otro; cada vez más trágicos y grotescos. Quedó embarazada, provocó un aborto, vendió su cuerpo para sustentar el vicio... Fue descendiendo, como una piedra arrancada de la montaña; bajando a las profundidades de su autodestrucción. Hasta el día en que sus padres, sin saber ya que más hacer para ayudarla, se volvieron a Dios, restauraron su matrimonio y decidieron hacer de la recuperación de la hija amada el objetivo de su vida.
Antonia contemplaba la oscuridad aquella noche, sin ver nada. De repente el cielo se iluminó con la fugaz luz de un relámpago; dos segundos, suficientes para observar la belleza de las olas en el mar agitado.
En ese momento, el Espíritu iluminó sus pensamientos y clamó a Dios en busca de luz: "Señor", dijo en su corazón, "mi vida está llena de tinieblas; necesito de tu luz. No quiero seguir viviendo asustada. Por favor, ilumina mi vida".
Conocí a Antonia en una reunión en que personas que un día habían sido destruidas por las adversidades de la vida relataban la manera maravillosa en que Dios las rescatara.
Hoy puede también ser un nuevo día, para ti. Echa las tinieblas a un lado; sacude el polvo de tus pies. ¡Naciste para brillar! Tu Dios es el Dios que un día ordenó: "Sea la luz. Y fue la luz".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
Antonia salió de la casa, respiró hondo y miró al cielo: le hubiera gustado que fuese una noche limpia, como tantas otras a la orilla del mar. Pero, notó que no había luna ni estrellas; tal vez, los astros estuviesen allí como siempre, pero ella no los veía. Estaba oscuro; más oscuro que las oscuras páginas de su historia. Entonces, tuvo miedo y entendió que, para ver, no basta tener ojos; es necesario que haya luz. Poco valen los ojos en la oscuridad.
Su vida, cubierta de sombras desde la adolescencia, carecía de alegría. Si pudiese definir el día en que empezaron sus amarguras, se remontaría al triste momento en que sus padres le dijeron: "Hijita, el amor entre nosotros acabó. Pero, tú continúas siendo nuestra hija, y te vamos a amar siempre".
Ella sabía que a partir de aquel instante nada sería igual. Y no lo fue. Su vida, que hasta entonces había sido un día de sol esplendoroso, empezó a nublarse: conoció las sombras, la tristeza, el dolor extraño de sentirse sola. Y jamás supo decir cómo, sin percibirlo, se descubrió hundida en la arena movediza de las drogas. Los errores desfilaron, uno tras de otro; cada vez más trágicos y grotescos. Quedó embarazada, provocó un aborto, vendió su cuerpo para sustentar el vicio... Fue descendiendo, como una piedra arrancada de la montaña; bajando a las profundidades de su autodestrucción. Hasta el día en que sus padres, sin saber ya que más hacer para ayudarla, se volvieron a Dios, restauraron su matrimonio y decidieron hacer de la recuperación de la hija amada el objetivo de su vida.
Antonia contemplaba la oscuridad aquella noche, sin ver nada. De repente el cielo se iluminó con la fugaz luz de un relámpago; dos segundos, suficientes para observar la belleza de las olas en el mar agitado.
En ese momento, el Espíritu iluminó sus pensamientos y clamó a Dios en busca de luz: "Señor", dijo en su corazón, "mi vida está llena de tinieblas; necesito de tu luz. No quiero seguir viviendo asustada. Por favor, ilumina mi vida".
Conocí a Antonia en una reunión en que personas que un día habían sido destruidas por las adversidades de la vida relataban la manera maravillosa en que Dios las rescatara.
Hoy puede también ser un nuevo día, para ti. Echa las tinieblas a un lado; sacude el polvo de tus pies. ¡Naciste para brillar! Tu Dios es el Dios que un día ordenó: "Sea la luz. Y fue la luz".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
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