«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5: 3).
Durante muchos años he colaborado con la Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA). Durante ese tiempo vi por mí mismo los terribles resultados de la pobreza. En algunas ciudades los pobres nacen, viven y mueren en la calle. Una vez visité un cobertizo cerca de una capital. En él vivían una madre y sus cuatro hijos. Como no tenía qué dar de comer a su prole, el bebé moría de inanición. Cuando sostuve en brazos al bebé, lloré. Me alegra decir que pudimos ayudarla.
La pobreza es causa de enfermedad, sufrimiento y tristeza. También está en el origen de conflictos y guerras. Por lo general, los pobres carecen de formación y eso añade dificultad a la búsqueda de trabajo. Y si tienen un empleo, no ganan lo suficiente para sostener a toda la familia. En muchos países los ricos siguen explotando a los pobres y empeorando su situación (Sant. 5: 1-4).
Algunos líderes religiosos enseñan que, al bendecir a los pobres de espíritu, Jesús exhorta a la pobreza voluntaria. Piensan que el versículo promete bendiciones para aquellos que, deliberadamente, han dado la espalda a la riqueza y han optado por la pobreza. Pero Jesús no hablaba de esto. Él no dijo: «Bienaventurados los pobres, harapientos y muertos de hambre», sino que dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu». En otras palabras, se refería a nuestra actitud hacia nosotros mismos.
Ser pobre de espíritu es lo contrario a ser orgulloso y egoísta. Es lo exactamente opuesto a una actitud independiente y desafiante que se niega a someterse a Dios y, al igual que el Faraón, le dice: «¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz?» (Éxo. 5: 2). Ser «pobre de espíritu» es darse cuenta de que espiritualmente no se tiene nada, que no se es nada, no se puede hacer nada y que se tiene necesidad de todo.
Incluso quienes viven en la pobreza también tienen que ser pobres de espíritu. Aunque nos vistamos con harapos, como el profeta Isaías, tenemos que darnos cuenta de que nuestra justicia es como «trapos de inmundicia» (Isa. 64: 6). El mundo enseña que si creemos en nosotros mismos podremos hacer lo que nos propongamos. Jesús dijo: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15: 5). Los pobres de espíritu son los únicos que entrarán al reino de los cielos porque les pertenece. (Basado en Mateo 5: 1-12 )
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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