Yo sé en quién he puesto mi confianza. 2 Timoteo 1:12
Piensa por un momento en todas tus pertenencias: la computadora, la cámara fotográfica, el equipo de sonido, el celular, el iPod, tu ropa, tus libros... Si sumaras el valor monetario de todas esos objetos, ¿a cuánto crees que ascendería?
Supongamos que, por alguna razón, perdieras todas esas pertenencias. ¿Sería para ti el fin del mundo? No debería serlo. La verdad es que, por mucho que te doliera, las podrías recuperar todas.
Llevemos ahora las cosas a un plano diferente. Piensa en tus creencias. Lo que crees de Dios, de la vida, de la gente, de la Biblia, de la iglesia; lo que crees que es bueno o malo... Trata de darle valor monetario a todas tus creencias. ¿A cuánto ascendería? La respuesta es: no tienen precio. Y es imposible que lo tengan porque, a fin de cuentas, somos lo que creemos, no lo que tenemos. De ahí la importancia de que vivas a la altura de tus principios porque, a diferencia de tus bienes materiales, que los puedes recuperar en caso de perderlos, perder tus creencias equivale a perderlo todo.
¿Y a qué viene todo esto? Hay una razón poderosa: tus creencias no tienen precio y definen quién eres, pero también cumplen otra importante función: te permiten distinguir lo bueno de lo malo. Por ejemplo, ¿gracias a qué puedes decir que robar es malo? ¿Sobre qué base puedes opinar que es correcto decir la verdad, ser honesto, ayudar al necesitado, ser leal a tus amigos? Es gracias a tus creencias. Te das cuenta de lo importante que es saber en qué crees y por qué lo crees?
Y todavía hay algo más: en el mundo hay gente que está interesada en «venderte» sus creencias, su visión de la vida. Detrás de cada película, de cada anuncio publicitario, de cada libro, de cada discurso, alguien te está vendiendo su visión del mundo. Y esto es así lo quieras o no, porque en esta vida no hay ideas neutras. Las ideas no andan flotando como burbujas. No son huérfanas. Tienen «dueños»: gente que quiere que veas el inundo como ellos lo ven: un mundo sin Dios y en el que el ser humano se encuentra en el trono del universo.
¡Que se olviden! Porque a menos que tú lo permitas, nada ni nadie puede destronar a Dios del trono de tu corazón.
Padre Celestial quiero que seas el centro de mi vida hoy y siempre.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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