Por esto causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (de quien toma nombre toda familia en los ríelos y en la tierra) (Efesios3: 14-15).
La familia representa algo preciado para Dios. Es una de las dos instituciones maravillosas que el Señor instituyó en la misma Creación. Al colocarlas una al lado de la otra ha permitido que el sábado proporcione reposo y renovación a la familia. Sus miembros serán renovados y restaurados cuando se acerquen al Creador y con cánticos de alabanza y de gozo lo adoren participando de una plena comunión con él.
Cuando el Señor instituyó el matrimonio, estaba seguro de que era la forma más perfecta y armoniosa para que se extendiera la semilla del evangelio. Dios consideró que las familias de sus hijos proclamarían los preceptos divinos al poner en práctica los dictados de su Palabra. Al vivir de acuerdo a los preceptos del evangelio sus hijos alcanzarían ideales más nobles y elevados.
En la sociedad actual se ha dejado de creer en la institución del matrimonio, en el amor, e incluso en la unidad familiar. Ahora está más bien de moda pregonar la inmoralidad y los valores opuestos a dichos conceptos e instituciones, inculcándolos a niños y jóvenes a través de los medios de comunicación, e incluso en las mismas escuelas.
Hemos de luchar contra las adversidades, permitiendo que en nuestras vidas brille el sol de la esperanza. Nos corresponde sentirnos animadas para escalar las montañas de las dificultades, y al mismo tiempo arrodillarnos a diario con fe frente al altar familiar para presentar a nuestra familia ante Dios.
Elena G. de White nos dice: «Una familia bien ordenada y disciplinada influye más en favor del cristianismo que todos los sermones que se puedan predicar. Una familia así prueba que los padres han sabido seguir las instrucciones de Dios y que los hijos le servirán en la iglesia. [...] La mejor prueba de cristianismo en un hogar es el carácter desarrollado por su influencia. Los actos hablan en voz más alta que la profesión de piedad más firme.
«Nuestra tarea en este mundo [...] es ver qué virtudes podemos enseñar a nuestros hijos y nuestras familias a poseer, para que ejerzan influencia sobre otras familias y así podamos ser un poder educador aunque nunca subamos al estrado» (El hogar Cristiano, cap. 4, p.32).
Señor, permite que nuestras familias puedan vivir un evangelio vivo y atractivo para aquellos que nos rodean.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lidia de Pastor
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