sábado, 31 de marzo de 2012

DIGA PALABRAS DE PAZ

«Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad y lo conducente a la paz en vuestras puertas» (Zacarías 8:16).

Ignoramos su nombre. La conocemos como «la suegra de Pedro». Con toda seguridad, fue una mujer piadosa por varias razones: una de ellas es que fue capaz de educar a la que sería la esposa del impetuoso Pedro. 
Simón Pedro era un hombre rudo, áspero, fuerte, impetuoso, emotivo, inestable y de palabra franca. Con estas palabras se podría describir al Pedro anterior a su conversión. Pedro fue quien se negó a que el Señor le lavara los pies, quien le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote, quien quiso andar sobre las aguas y quien negó a su Señor. 
Pero después de su conversión, fue Pedro quien acudió al sepulcro vacío; fue él a quien Jesús perdonó tres veces; el primero en declarar que Jesús era el Cristo, el hijo del Dios viviente. Fue Pedro quien arrojó la red en el lugar donde sugirió Jesús; fue él el autor de varios libros del Nuevo Testamento; y quien predicó en el día de Pentecostés. La suegra de Pedro tuvo que haber inculcado en su hija unos valores y un discernimiento que la capacitaran para ser la gema en bruto de un áspero pescador como Simón Pedro. 
Es más que probable que Pedro estuviera fuera de casa durante largos períodos de tiempo. Quizá por esa razón la suegra de Pedro vivía con ellos. Además, era costumbre que los padres vivieran con sus hijos mayores. Por la razón que sea, vivía en casa de Pedro y era bien recibida. Con toda seguridad tuvo que aprender a controlar la lengua y a no tomar partido en las discusiones. Sin duda alguna, la adornaban la diplomacia y la cortesía. Es probable que no fuera exigente y tampoco se compadeciera de sí misma. En lugar de ser una carga, ayudaba en lo que podía. De hecho, el día que enfermó se encontraba colaborando con Jesús y sus discípulos. Era una pacificadora. 
Si usted se encuentra atrapado entre la juventud y la independencia de antaño y la ancianidad actual, porque necesita un poco de ayuda, sea pacificador. Sepa que en el cielo se registran sus esfuerzos. «Por lo tanto, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación» (Rom. 14:19). Basado en Mateo 8: 14,15. 

Tomado de Meditaciones Matutinas Tras sus huellas, 
El evangelio según Jesucristo
 Por Richard O´Ffill

No hay comentarios:

Publicar un comentario