«Pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida» (Mateo 7: 14).
En tiempos de Jesucristo, en Palestina la gente vivía en ciudades amuralladas que solían encontrarse sobre colinas o montañas. Al atardecer, las puertas de la muralla se cerraban. Por esa razón los viajeros que regresaban a su casa por la tarde, si querían entrar en la ciudad antes de la puesta de sol y dormir en lugar seguro, tenían que apresurar el paso por un camino empinado y rocoso.
Esa vía estrecha y sinuosa que conducía al hogar y al descanso dio a Jesús una idea para ilustrar la vida del cristiano: «El camino que he puesto ante ustedes es angosto», dijo, «y la puerta, estrecha».
La conversión y la regeneración son la puerta estrecha a través de la cual es preciso pasar para empezar a andar por la senda angosta. Esto significa que el corazón y el espíritu tienen que renovarse y que lo viejo ha de morir.
No solo es estrecha la puerta, el camino es angosto y sinuoso. Después de pasar por la puerta, no entramos directamente en el cielo. Israel no llegó a Canaán inmediatamente después de haber cruzado el Mar Rojo. Fue preciso que el pueblo anduviera por el desierto. Por eso, mientras transitamos por el camino angosto, tenemos que negarnos a nosotros mismos (Luc. 9:23) y resistir la tentación (Sant. 4:7). ¿Alguna vez ha tenido que buscar una callejuela? Cuando sé que la calle que estoy buscando es pequeña, conduzco despacio para no pasármela. Y lo mismo ocurre con la puerta pequeña. Solo la encuentran unos pocos; y otros, cuando la ven, miran hacia otro lado. Pasa desapercibida. Su aspecto es pequeño y poco atractivo, mientras que el camino que se abre al otro lado parece escarpado y rocoso.
La Biblia nos anima a mirar lo que hay más allá de la puerta estrecha y el camino angosto. «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Rom. 8:18).
Jesús nos invita entrar por la puerta. Ante nosotros tenemos la vida y la muerte, el bien y el mal. Vemos ambos caminos a la vez así como a dónde llevan. Nadie en su sano juicio elegiría morir por el hecho de que el camino que lleva a la muerte es agradable y esté bien asfaltado. Tampoco el sabio rechazará la oferta de una mansión y una corona porque el camino es escabroso. La vida cristiana es un viaje lleno de dificultades, pero, si se lo permitimos, PÍOS nos piole gerá y nos llevará a nuestro destino. Basado en Mateo 7: 13, 14
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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