jueves, 22 de marzo de 2012

¿A QUIÉN QUEREMOS IMPRESIONAR?

Hasta el necio pasa por sabio e inteligente cuando se calla y guarda silencio. Proverbios 17:28.

Probablemente ya conoces la historia del abogado recién graduado. Yo la leí en el libro Illustrations, Stories and Quotes (Ilustraciones, relatos y citas), de Jim Bums y Greg McKinnon.
Este joven abogado estaba en su nueva oficina cuando vio que alguien se acercaba. ¿Sería su primer cliente? No lo sabía, pero una cosa estaba clara: debía causar la mejor impresión.
Antes de que el hombre entrara, el abogado tomó el teléfono de la oficina y comenzó a simular que hablaba con alguien: «Mañana viajaré a Buenos Aires para atender el caso García. Creo que ese pleito lo tenemos ganado. Cuando regrese, voy a entrevistarme con el bufete Rodríguez-Navarro para ponerme al día con la demanda contra el gobierno. Oye, voy a tener que dejarte. Alguien está entrando. Hablaremos más tarde».
Con aire de orgullo, el joven abogado colgó el teléfono y se dirigió al visitante. —¿En qué puedo ayudarlo, amigo?
—Soy de la compañía telefónica y vengo a conectar el teléfono. Silencio absoluto. Esto es lo que sucede cuando la gente quiere hacer alarde de lo que sabe o de lo que tiene: terminan haciendo el ridículo. Pero también ilustra lo importante que es para mucha gente impresionar a otros. Queremos impresionar con cuerpos atléticos, con automóviles nuevos, con el último grito de la moda, con los más modernos equipos electrónicos, con nuestros títulos universitarios...
Stephen Covey explica muy bien lo que está ocurriendo en el mundo actual. Este escritor afirma que después de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad experimentó un cambio dramático en sus valores. Antes, dice Covey, la gente medía el éxito según la ética del carácter; es decir, de acuerdo a los valores y los principios de la persona. Ahora el éxito se mide según la ética de la personalidad; es decir, de acuerdo a la imagen pública que la persona quiere proyectar (Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, ed. 1990, p. 22).
Mientras cada vez más gente se preocupa por «impresionar» a los demás, ¿cuál debería ser tu preocupación y la mía? Pienso que debería ser el desarrollo de la única pertenencia que podemos llevar de esta tierra al cielo: el carácter. ¿Cómo lograrlo? Al desarrollar para la gloria de Dios, los talentos que él nos a dado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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