Jehová de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti y esperaré. (Salmos 5:3).
¿Has escuchado alguna vez la voz de Dios diciéndote lo que debes hacer? ¡Gloria a Dios!, porque es una bella experiencia escuchar el suave susurro de su voz. Pero para ello, es necesario hacer silencio en medio de las dificultades.
A mediados del año 2005 experimenté una situación difícil y desgastante. Tenía que tomar una decisión que me entristecía mucho. Leía repetidamente el texto de Salmo 5:3, hasta que un buen día, en el silencio, escuché la voz de Dios que me daba una respuesta a mi petición insistente. Recuerdo que aquellos fueron días de mucho llanto y lágrimas, días de ayuno y oración, pero finalmente salió el sol para mí y pasó lo más oscuro de la noche. Entonces pude comprobar la forma en que mi Padre me había cuidado y protegido durante todo aquel tiempo. Además, también le doy gracias a Dios por el apoyo tan grande que recibí de mi familia. Las palabras que mis hijos me decían pudieron ayudarme, así como las de mis familiares y de mis hermanas de la iglesia.
Las lágrimas limpian y purifican nuestras heridas. Sin embargo, para nuestro Dios no pasa desapercibida ninguna de las que derramas. «Cada respiración, cada latido del corazón es una evidencia del cuidado de Aquel en quien vivimos, nos movemos y somos. Desde el insecto más pequeño hasta el hombre, toda criatura viviente depende diariamente de su providencia» (La educación cap. 14, p. 117).
Cuando te encuentres pasando por las horas más o curas de tu noche, recuerda que finalmente saldrá el sol verás su luz y disfrutarás de un nuevo día para contar las maravillas que Dios ha hecho contigo. El corazón tiene necesidad de compartir su felicidad, así como su sufrimiento; porque la alegría compartida es doble y el dolor compartido se reduce a la mitad.
«Mientras más cerca esté el alma de Dios, más completamente se humillará y someterá. Cuando Job oyó la voz desde el torbellino, exclamó: "Me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6). Cuando Isaías vio la gloria del Señor exclamó "¡Ay de mí! que soy muerto (Isa. 6:3,5). Cuando fue visitado por el mensajero celestial, Daniel dijo: "Mi fuerza se cambió en desfallecimiento (Dan. 10:8)» (A fin de conocerle, p 175).
Escuchemos la voz del Señor y permitamos que siempre nos guie su Espíritu.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Enedelia García Sánchez
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