Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él [...] tenga vida eterna. Juan 3:16
Era joven, inteligente y le iba bien en los negocios. Pero tenía un serio problema: el alcohol. Cuando se pasaba de copas, se tornaba tan violento que asustaba incluso a sus compañeros de farra. Por eso, según escribe Lourdes E. Morales, lo llamaban «la fiera de Santurce» (El viajero, p. 28).
Su matrimonio, y luego el nacimiento de dos preciosas criaturas, lo alejaron parcialmente del alcohol, pero la muerte de su primogénito Rafaelito, de apenas cinco años, lo golpeó tan duramente que nuevamente buscó refugio en la bebida. Y continuó así hasta que cierto día sucedió algo que cambiaría por completo el curso de su vida y también el de mucha gente dentro y fuera de Puerto Rico.
Caminaba Rafael bajo un fuerte aguacero, llevando consigo un bulto de ropa a su negocio, una lavandería, cuando vio un papel en el suelo. Sin saber por qué, sintió el extraño deseo de recogerlo. Cuando llegó a la lavandería, se dio cuenta de que era parte de un libro. En poco tiempo sus ojos se detuvieron en las palabras de Juan 3:16. Como no pudo entender su significado, buscó la ayuda de una vecina.
Rafael recibió estudios bíblicos, abandonó la bebida, pidió perdón a quienes había maltratado y fue bautizado. Su bautismo fue seguido por muchos otros, gracias al testimonio poderoso que Rafael, ya convertido, daba de su Salvador. Tiempo después, decidió dedicar su vida a distribuir el libro que lo había transformado: la Biblia.
Con la bendición de Dios, Rafael llegaría a ser «el mejor colportor del mundo» (Ibíd., p. 111), un predicador del evangelio y, además, un hombre de corazón generoso que usaría sus bienes al servicio de Dios y de todo necesitado que encontrara en su camino.
Rafael López Miranda estaba haciendo esta obra en los Andes venezolanos, cuando varios asesinos, con trece balazos, acabaron con su vida. Aunque murió en 1922, los hechos de este héroe de la fe aún hablan por él. En el cielo sabremos cuántas almas conocieron a Cristo gracias a la obra de un hombre cuya vida cambió cuando supo que «Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él [...] tenga vida eterna».
Señor, que mí testimonio hoy ayude a muchos a creer en Cristo como el Salvador del mundo.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
No hay comentarios:
Publicar un comentario