Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por
los siglos. (Hebreos 13:8).
La ciencia ha ido avanzando a través de
los siglos, aunque todavía tiene sus límites. Es en esas fronteras donde Dios
puede obrar en contra de toda la sabiduría humana. Por ejemplo, es imposible
resucitar muertos o detener una enfermedad con solo decir una palabra.
Jesucristo, quien resucitó muertos y curó a ciegos y leprosos con el poder de
su palabra, fue el mejor ejemplo de poder divino.
A finales de marzo del 2003, nos
confirmaron que mi mamá sufría una enfermedad maligna y eso representó un golpe
muy duro para mí. Como soy médico, se me hizo más dura la realidad, pues sé que
hay factores que empeoran el pronóstico de un paciente y en el caso de mi madre
confluían varios.
Tras tres meses de quimioterapia la
evolución clínica de mi madre era lenta, por lo que se reevaluó el caso. Encontraron
que había habido un error de diagnóstico y que la enfermedad de mi madre era
peor de lo que se pensaba, que requería un tratamiento diferente. Esto motivó
un cambio en la terapia que duró quince meses. Al concluir la misma se nos
informó de que no se notaba una respuesta positiva, por lo que se suspendería
el tratamiento.
Fue en ese momento cuando Dios, contra
todo pronóstico científico, comenzó su obra, pues mi madre mejoró. Los médicos concluyeron
que no había una explicación lógica para su caso.
En Hebreos 13:8 leemos: «Jesucristo es el
mismo ayer, hoy por los siglos». A él me aferré como mi única esperanza, pues
era el único capaz de entender mi dolor y obrar un milagro.
Dios es grande y en su amor y
misericordia siempre está dispuesto a realizar milagros, ya sean de sanidad
física o espiritual. Él puede hacer un
milagro hoy en tu vida. La ciencia en ocasiones puede decirnos: «Hasta aquí
hemos hecho lo posible, no hay nada más a nuestro alcance». Pero donde el
hombre desfallece, comienza a brillar la omnipotencia y la sabiduría de Dios.
Créelo y él obrará milagros en tu vida.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la
mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Yenisey M. Torrado
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