En realidad, todo viene de ti y solo te damos lo que de ti hemos recibido. 1 Crónicas 29:14
¿Cómo te las arreglabas para dar regalos a tus padres en ocasiones especiales, cuando apenas eras un niño? ¿De dónde obtenías el dinero?
Cierta vez leí en la Adventist Review (la Revista adventista en inglés) un artículo que me hizo recordar lo que yo mismo hacía. En ese artículo la autora recuerda que, cuando niña, quería darle a su padre el regalo perfecto para su cumpleaños. Ese regalo resultó ser una corbata de grandes rayas marrones y anaranjadas. Pero había un problema: no tenía dinero para comprarla. Entonces pensó: «¿Por qué no pedirle el dinero prestado a papá y luego se lo pago?». Y así lo hizo. No es difícil imaginar el resto de la historia: un padre emocionado cuando recibe el regalo que su hijita le compró, con un dinero que él mismo le prestó y que ella nunca le pagó.
La niña de la historia en la actualidad es profesora de inglés. Al recordar esa experiencia, admite que la corbata en realidad era horrible, pero que eso no impidió que su papá se emocionara al recibir el regalo. ¿No es esta una buena ilustración de la manera como nos trata nuestro Padre celestial?
Cuando Tammy, la protagonista de este relato, piensa en las lecciones que aprendió de la corbata fea, escribe: «El dinero que pongo en el platillo de la ofrenda, es el dinero qué él, mi Padre celestial, me dio. El tiempo que le dedico es el mismo tiempo que él me dio. Los talentos que uso en su servicio son los mismos que él me dio [...]. Así es Dios: nunca deja de darnos cualquier cosa que necesitamos, aunque sabe que nunca se lo pagaremos» (Tammy McGuire, Adventist Review, 17 de junio de 2004, pp. 16, 17).
¡Tremenda verdad! No hay absolutamente nada que demos a Dios que antes él no nos haya dado. Ni siquiera el amor que tenemos por él nace en nosotros: «Amamos a Dios —escribió el apóstol Juan— porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19, NVI).
Al pensar hoy en todas las cosas buenas que tienes en la vida, ¿le darás gracias a Dios por cada una de ellas?
Dios mío, que yo nunca pierda de vista que lo poco o mucho que te doy primero lo recibí de tu mano.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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