miércoles, 9 de mayo de 2012

LOS «AMIGOTES»


El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? Salmo 27:1

Una cárcel no es lugar para un joven con principios cristianos. Pero allí estaba Jeris, en la prisión estatal de Tennessee, EE. UU., acusado de homicidio. Jeris sabía lo que le esperaba en ese penal. De hecho, todos los reclusos lo sabían: solo sobreviven los más fuertes y los que, conscientes de que no son fuertes, prefieren someterse a los «muchachos malos» de la prisión. Y no pasó mucho tiempo para que Jeris enfrentara esa realidad, según lo relata Loron Wade (El regalo inesperado y otros relatos inspiradores, pp. 69-74).
Ocurrió un viernes cuando tres reclusos le hicieron una visita en su celda. Uno de ellos sacó un filoso cuchillo.
—Danos tu reloj o te vamos a sacar el corazón.
Jeris sabía que su vida valía mucho más que el reloj. Pero también sabía que si cedía estaría renunciando a la única posesión valiosa que le quedaba: su dignidad. 
—¿Por qué no se van y me dejan tranquilo? —les dijo Jeris, armándose de valor. 
—¿Oyeron eso? —replicó el hombre—. ¡Este tonto quiere que nos vayamos! 
—Te vamos a hacer papilla —intervino otro— si no nos das el reloj. 
—Puede ser —repuso Jeris.
—¿No sabes acaso que te puedo arrancar la cabeza? —amenazó el del cuchillo. 
—No es fácil matar a un hombre que no quiere dejarse matar. 
Medio sorprendidos, los tres hombres se fueron profiriendo todo tipo de amenazas. Pero la noticia no tardó mucho en difundirse. Jeris había sido «sentenciado a muerte». A partir de entonces, se convirtió en un solitario. ¿Quién iba a querer estar cerca de un hombre que en cualquier momento sería asesinado? Mientras, en su celda, Jeris oraba: «Señor, no quiero que me maten por un reloj, pero si cedo...». 
Horas más tarde, el hombre del cuchillo se acercó a su celda.
—Mira, arreglemos esto —dijo el hombre nerviosamente—. Tus amigotes me dijeron que me van a hacer daño si no te dejo tranquilo. ¿Entiendes?
—¿Cuáles amigos? —preguntó Jeris, sorprendido.
—Esos amigos grandotes que tú tienes. No quiero verlos nunca más. ¿Qué te parece si hacemos las paces? 
Y hubo paz.
Cuando su vida peligraba, Jeris Bragan oró pidiendo ayuda. Y Dios envió a esos «amigotes» en su auxilio. Nunca olvides que los ángeles de Dios también acudirán en tu auxilio cuando más los necesites.
Señor, ayúdame a recordar que nunca estoy solo, porque tus ángeles están conmigo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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