lunes, 7 de mayo de 2012

SIEMBRE, NADA MÁS


«Y les dijo: "La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies» (Lucas 10:2).

Soy un hortelano impaciente. Una vez he terminado de sembrar, me quedo un rato de pie, mirando mi pequeño huerto. Luego, cada día, voy al huerto y vuelvo a mirar. Estoy ansioso por ver cómo salen de la tierra los primeros brotes.
Jesús relató la parábola de un agricultor que sembraba un campo de trigo. Primero preparó el suelo, pero después sembró y ya no pudo hacer nada más para que crecieran las semillas. Aquella noche se fue a dormir y, a la mañana siguiente, cuando se levantó, probablemente ya se había olvidado de las semillas que había esparcido o, si llegó a echar un vistazo al campo, se dedicó a otros asuntos. No obstante, las semillas germinaron y el trigo creció.
Jesús preparaba a sus discípulos para que predicaran el evangelio y no quería que se desanimaran en caso de no ver resultados inmediatos. Por eso se sirvió de esta parábola para ilustrar que ellos tenían que plantar la semilla, pero que quien la hacía crecer era Dios.
Esta parábola también se nos aplica a nosotros. Somos como el agricultor. Podemos escoger el lugar donde sembraremos, reunir todos los materiales necesarios, preparar el suelo, abonar, sembrar y desbrozar. Pero no podemos hacer nada más que eso.  No podemos hacer que las semillas crezcan.
Si se siembra la semilla, o la Palabra de Dios, con fe y se recibe con fe, Dios hace el resto. El Espíritu de Dios obra después de que nosotros nos hayamos marchado (ver Job 33:15,16). Los profetas no viven para siempre, pero la Palabra que predicaron está haciendo su obra, aun cuando ellos estén en la tumba (ver Zac. 1:5,6).
El suelo es el corazón del que oye. Quizá sea duro, rocoso y poco profundo; quizá esté lleno de maleza; o quizá sea suelo bueno (Mat. 13: 4-8). Hacemos lo que podemos para preparar el suelo, pero después de eso, ya no está en nuestras manos hacer nada más.
Cristo quiso inculcar esta idea en sus discípulos. No se trataba de ellos, sino del poder milagroso de Dios, que da eficacia a su propia Palabra. Sencillamente, siga sembrando. Basado en Mateo 13:1-9

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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