«Pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparo de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efesios 2:10).
El orgullo es uno de los pecados que más cuestan de erradicar. Justo cuando pensamos que está muerto y nos dirigimos hacia la multitud para aceptar sus felicitaciones, se levanta y nos apuñala por la espalda. Se dice que Dios, sabiamente, diseñó el cuerpo humano para que nosotros mismos no pudiéramos darnos palmaditas en la espalda ni tampoco patadas con demasiada facilidad.
El orgullo se había apoderado del corazón de Simón el leproso. Era rico, influyente y, gracias al milagro de la curación, gozaba de salud. Pero su corazón estaba enfermo de la lepra del pecado. Había juzgado mal a María, su sobrina, ante los invitados que asistían a su fiesta en honor de Cristo. Jesús le había contado una breve parábola que lo ayudó a verse a sí mismo tal como era.
Los dos deudores de la parábola representaban a Simón y a María. Se demostró que el pecado de Simón era diez veces más grave que el de María. Vio que Jesús había leído tanto en su corazón como en el de María se avergonzó. Sabía que estaba en presencia de un Ser superior.
«Entre en tu casa», continuo Cristo, «y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies» (Luc. 7:44,45).
Y entonces Cristo hizo una promesa que ha traído consuelo y aliento a todos los que en su nombre sirven callada y abnegadamente a los demás. Dijo: «De cierto os digo que dóndequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella» (Mat. 26:13).
Los actos de María se recordarían no con la dedicación de una iglesia o calibrando una fiesta anual en su honor, o conservando un pedazo de su sagrado frasco como una reliquia, sino mencionando su fe y su piedad como ejemplo para los demás en la predicación del evangelio. Todos hemos sido María la pecadora, María la frívola o María la impulsiva. Pero, por la gracia de Dios, ahora podemos ser María la generosa, María la reflexiva o María la agradecida. Basado en Mateo 26:6-13
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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