Miren al malvado [...]. Ha hecho una fosa muy honda, y en su propia fosa caerá. Salmo 7:14-15
En el barrio donde crecí, cuando una persona labraba su propia perdición, la gente decía: «Le pasó como a Chacumbele. El mismito se mató». Cuando, por ejemplo, un borracho moría alcoholizado, entonces alguien decía: «Le pasó como a Chacumbele».
Cierto día se me ocurrió buscar en Internet información sobre ese curioso personaje. Existen varias versiones. Una de ellas dice que Chacumbele fue un mujeriego que vivió en La Habana a principios del siglo XX. En una de sus andanzas, enamoró a una mujer que no estaba dispuesta a compartirlo con otras. Cuando ella se enteró de que Chacumbele la estaba engañando, lo buscó y lo buscó hasta encontrarlo. Y cuando lo encontró, le dio su merecido.
Chacumbele nos recuerda las palabras del Salmista cuando afirma que el malvado «ha hecho una fosa muy honda, y en su propia fosa caerá» (Sal. 7:15). ¿Puedes pensar en un personaje bíblico del que podamos decir que «cavó su propia tumba»? El ejemplo perfecto lo encontramos en Aman (ver Est. 3-7).
Aman era un amalecita que tenía un serio problema: le gustaba que la gente lo adulara. Como cortesano al servicio del rey Asuero, Aman llegó a ser primer ministro. Es fácil imaginar lo bien que se sentía Aman cuando los funcionarios de la corte se inclinaban ante él. Y lo furioso que se sentía cuando uno de esos funcionarios, Mardoqueo, no le rendía honores.
Indignado por lo que él consideraba un insulto, Aman diseñó un plan para matar, no solo a Mardoqueo, sino a todo el pueblo judío. Ya conoces la historia. Mardoqueo se entera del complot y le avisa a Ester. Acuerdan ayunar. Luego ella, aun a riesgo de su propia vida, se presenta ante el rey. Como resultado, no solo logra el apoyo del rey para la defensa de su pueblo, sino que también desenmascara al perverso Aman.
¿Cómo terminó Aman? Colgado en la misma horca que él había preparado para Mardoqueo. Su fin nos recuerda que «a los malvados los mala su propia maldad» (Sal. 34:21).
Pidamos a Dios que nos ayude a imitar al Señor Jesús, quien siendo Rey, vino como siervo. Y que nos libre del virus del orgullo, no sea que, al igual que Amam (y Chacumbele), terminemos cuando nuestra propia fosa.
Ayúdame, Señor, a apreciar tu aprobación por encima de las alabanzas humanas.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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