«El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado» (1 Juan 3:24).
Un adolescente echó mano de un tabaco. Se dirigió a un callejón donde nadie lo viera y lo encendió. Sabía a rayos pero hacía que se sintiera mayor, hasta que vio a su padre. Rápidamente, el joven se llevó el cigarrillo a la espalda y trató de ser lo más natural que pudo. Durante un momento, padre e hijo bromearon. Luego, tratando de desviar cuanto fuera posible la atención de su padre, el muchacho vio una valla publicitaria que anunciaba un circo.
—¿Puedo ir, papá? —preguntó—. ¿Puedo ir al circo cuando llegue a la ciudad?. ¡Por favor, papá!
La respuesta de su padre fue tal que jamás la olvidaría (y nosotros haremos bien en recordarla).
—Hijo —respondió tranquilamente, pero con firmeza—, una de las primeras lecciones que tienes que aprender de la vida es que jamás puedes pedir nada mientras, al mismo tiempo, intentas ocultar una desobediencia humeante detrás de la espalda.
Los caballos árabes pasan por un riguroso proceso de doma en los desiertos del Próximo Oriente. El domador les exige obediencia absoluta y los pone a prueba para ver si están completamente formados. La prueba final casi supera la capacidad de resistencia de cualquier ser vivo. El domador obliga a los caballos a pasar varios días sin agua. Luego los suelta y, como es de esperar, empiezan a galopar hacia el agua. Pero justo en el momento en que llegan al abrevadero, antes de que puedan hundir el hocico y beber, el domador hace sonar el silbato. Los caballos que están completamente domados y han aprendido a ser absolutamente obedientes, se detienen, dan media vuelta y regresan al paso junto al domador. Tiemblan porque desean, ansían, beber; pero, perfectamente obedientes, esperan. Cuando el domador está seguro de que tiene su obediencia, les hace una señal para que regresen a beber. Quizá pueda parecer duro, pero cuando se está en el desierto de Arabia, donde no hay caminos y la vida depende de un caballo, es mejor que esté domado y sea obediente.
Tendremos la seguridad de ser salvos cuando hayamos aprendido a obedecer plenamente a nuestro Padre celestial. Basado en Lucas 6:46
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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