Un día, mientras estaba sentada en una silla con las manos en mi regazo, procedí a mirármelas con una atención e interés inusuales. Pensé en lo útiles que pueden ser las manos, ya sea que tengan una apariencia delicada, o se vean maltratadas y arrugadas. Se dice que las manos son una viva expresión de la persona. Cuando deseas consolar a alguien lo acaricias con cariño; a un niño cuando llora lo tomas de las manos para luego llevarlo hasta tu pecho. Asimismo, para quienes no poseen el don del habla, son un medio eficaz de comunicación.
Hay unas manos en extremo hermosas; unas manos que un día fueron clavadas en una cruz para mostrar al mundo el gran amor de su dueño. Esas manos fueron horadadas para que todos nosotros encontráramos en él la solución al pecado, la muerte y el dolor. Las manos de nuestro amante Salvador siempre están extendidas hacia nosotros. Fueron el medio que utilizó para curar a los enfermos, y el que utilizaron los apóstoles al seguir su ejemplo: «Sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán» (Mar. 16:18).
En Emaús, el Señor tuvo que mostrarles las manos a dos de sus discípulos, con el fin de que creyeran que era él: «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved» (Luc. 24:39). Elena G. de White afirma: «El amante Jesús la guiará paso a paso con tal de que usted ponga su mano en la de él y le permita que le guíe» (Cada día con Dios, p. 61).
La incredulidad nos lleva en ocasiones a imitar a Tomás: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré» (Juan 20:25).
Jesús está dispuesto, como lo estuvo en el pasado, a que hurguemos en sus llagas y heridas, por doloroso que sea. Sus manos reflejan amor, misericordia y salvación. Hermana, ¡ojalá que el Señor nos enseñe a utilizar nuestras manos como un instrumento de amor en la misma forma en que él las empleó!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rosita Val
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