No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. (Isaías 41:10)
Cuando Gustavo, nuestro hijo mayor, tenía dos meses fuimos a visitar a unos familiares que vivían en el interior del país. Al bebé le dio un cólico, y nos ofrecieron un remedio casero. Sin embargo, el agua estaba contaminada, lo que le provocó al niño una diarrea. Era de noche y no había asistencia médica, ni forma de regresar a la capital. Al amanecer, Dios permitió que encontráramos un autobús para emprender el viaje de regreso. Al llegar a la ciudad llamamos a nuestro médico, quien nos llevó de emergencia al hospital cuando rayaba la medianoche.
Los médicos y enfermeras corrían de un lado a otro de la sala de emergencias, tratando de salvar la vida de nuestro bebé. Finalmente pudieron hidratarlo por vía intravenosa. Aparentemente, lo peor había pasado. Al amanecer le pedimos a Dios que nos mostrara si el niño viviría. Mi esposo abrió al azar el libro El Deseado de todas las gentes, y su dedo cayó en el capítulo veinte, donde se habla de la curación del hijo del noble. Le dimos gracias a Dios por contestarnos y hablamos con el médico, quien nos informó de que, debido a la deshidratación sufrida, el niño había convulsionado y parecía haber una complicación cerebral. Nos explicó que otra posibilidad era que él bebe tuviera meningitis. Continuó diciendo que si ese era el caso, y el niño sobrevivía, podría quedar ciego, sordo o con retraso mental. Había que hacerle una punción, con el riesgo de que se quedara paralítico.
Estábamos desconsolados. Debíamos tomar una decisión a la mayor brevedad. Nos arrodillamos y clamamos a Dios, sin importarnos que la gente nos viera; le dijimos que él nos había prometido que el niño se iba a salvar y que nos indicara lo que debíamos hacer. Tras orar, nos sentimos confiados y más tranquilos. Le hicieron la prueba al niño y gracias a Dios los resultados fueron negativos. Dios lo había sanado con su mano poderosa. Gracias, Señor Jesús, por prestármelo de nuevo. ¡Gracias porque, incluso en medio del valle de sombra y de muerte, siempre podemos contar contigo!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Belmi de Menéndez
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