«Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10:31).
Desde sus inicios, una de las primeras características de nuestra iglesia ha sido la vida saludable. El estudio de las Escrituras no deja lugar a dudas al expresar que los cristianos deben vivir de manera saludable. La Palabra de Dios es absolutamente clara en cuanto a que no somos dueños de nuestro cuerpo y, si insistimos en maltratarlo, no vamos a salvarnos (1 Cor. 6:10,19). Aunque el versículo diez se refiere a la sentencia definitiva, no cabe duda de que aquellos que violan constantemente su salud, tarde o temprano se destruyen, por no hablar de que, por el camino, causan dolor y sufrimiento a los miembros de sus familias.
He llegado a la conclusión de que, después de Dios, mi esposa es la dueña de mi cuerpo. Cuando digo esto, no me refiero a la intimidad, sino al hecho de que, en caso de que un día sufra un percance, ¿quién se imagina que me levantará del suelo? ¿Adivina quién verá su vida arruinada por mi descuidado estilo de vida? Cuando el día de nuestra boda estamos ante el pastor oficiante prometemos amarnos, respetarnos y cuidarnos mutuamente hasta que la muerte nos separe. Me parece que en ello va implícita la promesa de que viviremos de manera tan saludable como sea posible para que nuestro cónyuge no tenga que sufrir innecesariamente a causa de nuestras indiscreciones en nuestra manera de Vivir.
Desde su fundación, la Iglesia Adventista del Séptimo Día incorporó ciertos principios de salud a su lista de normas. A menudo, los no adventistas son más sensibles a la importancia de vivir de manera saludable que muchos que dicen haber abrazado el adventismo. Reconozco que en el cielo habrá gente que jamás ha practicado el vegetarianismo; pero, en mi momento en que la sociedad en general se convence más y más de los beneficios de seguir ciertos principios de salud, resulta difícil entender por qué hay tantos que parecen ir en la dirección opuesta.
Entre usted y yo, no nos salvamos por ni a causa del mensaje de salud. Pero el llamado a vivir una vida cristiana es también un llamado a llevar una vida saludable. «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas y que tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 2). Basado en Lucas 9:1,2
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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