«Todo lo que te venga a mano para hacer, hazlo según tus fuerzas, porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo ni ciencia ni sabiduría» (Eclesiastés 9:10).
«Cuando Jesús vino para ser bautizado, Juan reconoció en él una pureza de carácter que nunca había percibido en nadie. La misma atmósfera de su presencia era santa e inspiraba reverencia» (El Deseado de todas las gentes, cap. 11, p. 88). Es interesante notar que Juan viera en Jesús algo que la multitud era incapaz de percibir. Para ellos Jesús era un joven normal. Hasta donde ellos sabían, tan solo se trataba de una persona más en busca de la gracia de Dios. La gente que estaba a orillas del río solo vio a un hombre que pedía ser bautizado; Juan, en cambio, reconoció a Dios.
El Espíritu había hablado al corazón de Juan y lo había advertido de que el Mesías vendría para pedirle que lo bautizara. Ahora estaba seguro de que la Persona que se encontraba ante él era el Prometido.
¿Cómo podía él, un pecador, bautizar al que era sin pecado? Por eso exclamó: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú acudes a mí?» (Mat. 3:14). Aunque Juan estaba henchido del Espíritu Santo (ver Luc. 1:15), junto a Cristo sentía que él era quien necesitaba ser bautizado. Cuanto más tengamos el Espíritu de Dios, más sentiremos nuestra necesidad. El mejor y más santo de entre los seres humanos necesita a Cristo. De hecho, cuanto mejor es, más siente esa necesidad. Incluso los ministros, los cuales predican y bautizan a los demás, tienen que darse cuenta de que también predican para sí mismos y necesitan ser bautizados con el Espíritu Santo.
El ministerio de Juan crecía cada vez más; él mismo tenía discípulos. Era necesario que Jesús se humillara a sí mismo y permitiera que Juan lo bautizara. Pronto llegaría el momento en que Juan menguara para que Cristo creciera. Cuando ese momento llegó, Juan menguó con la mayor dignidad y resignación. Reconoció que su tiempo había pasado y que había cumplido con su misión.
Dios lo ha llamado a hacer un trabajo para él. Pregúntele qué quiere que haga. A continuación, ore para que el Espíritu Santo lo llene de sabiduría y capacidad para hacer la tarea encomendada.
Señor, bautízame cada día con tu Espíritu Santo.
Reconozco que tú tienes que crecer y yo debo menguar. Basado en Marcos 1:9-11
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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